Miguel de Cervantes Saavedra -------------------------------------------------------------------------------- VIAJE DEL PARNASO Preliminares DEDICATORIA Dirijo a vuesa merced este Viaje que hice al Parnaso, que no desdice a su edad florida, ni a sus loables y estudiosos ejercicios. Si vuesa merced le hace el acogimiento que yo espero de su condición ilustre, él quedará famoso en el mundo y mis deseos premiados. Nuestro Señor, &c. Miguel de Cervantes Saavedra. Volver al principio -------------------------------------------------------------------------------- Miguel de Cervantes Saavedra -------------------------------------------------------------------------------- PRÓLOGO AL LECTOR -------------------------------------------------------------------------------- Epigramma Excute cæruleum, proles Saturnia, tergum, verbera quadrigæ sentiat alma Tetis. Agmen Apollineum, noua sacri iniuria ponti, carmineis ratibus per freta tendit iter. Proteus æquoreas pecudes, modulamina Triton, monstra cauos latices obstupefacta sinunt. At caueas tantæ torquent quæ mollis habenas, carmina si excipias nulla tridentis opes. Hesperiis Michael claros conduxit ab oris in pelagus vates; delphica castra petit. Imo age, pone metus, mediis subsiste carinis, Parnasi in litus vela secunda gere. Volver al principio -------------------------------------------------------------------------------- EL AUTOR A SU PLUMA Soneto Pues veis que no me han dado algún soneto que ilustre deste libro la portada, venid vos, pluma mía mal cortada, y hacedle, aunque carezca de discreto. Haréis que escuse el temerario aprieto de andar de una en otra encrucijada, mendigando alabanzas, escusada fatiga e impertinente, yo os prometo. Todo soneto y rima allá se avenga, y adorne los umbrales de los buenos, aunque la adulación es de ruin casta. Y dadme vos que este Viaje tenga de sal un panecillo por lo menos, que yo os le marco por vendible, y basta. -------------------------------------------------------------------------------- Capítulo primero Un quídam Caporal italïano, de patria perusino, a lo que entiendo, de ingenio griego y de valor romano, llevado de un capricho reverendo, le vino en voluntad de ir a Parnaso, 5 por huir de la Corte el vario estruendo. Solo y a pie partióse, y paso a paso llegó donde compró una mula antigua, de color parda y tartamudo paso. Nunca a medroso pareció estantigua 10 mayor, ni menos buena para carga, grande en los huesos y en la fuerza exigua, corta de vista, aunque de cola larga, estrecha en los ijares, y en el cuero más dura que lo son los de una adarga. 15 Era de ingenio cabalmente entero: caía en cualquier cosa fácilmente, así en abril como en el mes de enero. En fin, sobre ella el poetón valiente llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo 20 agasajado con serena frente. Contó, cuando volvió el poeta solo y sin blanca a su patria, lo que en vuelo llevó la fama deste al otro polo. Yo, que siempre trabajo y me desvelo 25 por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo, quisiera despachar a la estafeta mi alma, o por los aires, y ponella sobre las cumbres del nombrado Oeta, 30 pues, descubriendo desde allí la bella corriente de Aganipe, en un saltico pudiera el labio remojar en ella, y quedar del licor süave y rico el pancho lleno, y ser de allí adelante 35 poeta ilustre, o al menos magnifico. Mas mil inconvenientes al instante se me ofrecieron, y quedó el deseo en cierne, desvalido e ignorante. Porque [en] la piedra que en mis hombros veo, 40 que la Fortuna me cargó pesada, mis mal logradas esperanzas leo. Las muchas leguas de la gran jornada se me representaron, que pudieran torcer la voluntad aficionada, 45 si en aquel mesmo istante no acudieran los humos de la fama a socorrerme, y corto y fácil el camino hicieran. Dije entre mí: «si yo viniese a verme en la difícil cumbre deste monte, 50 y una guirnalda de laurel ponerme, no envidiaría el bien decir de Aponte, ni del muerto Galarza la agudeza, en manos blando, en lengua Rodomonte». Mas, como de un error otro se empieza, 55 creyendo a mi deseo, di al camino los pies, porque di al viento la cabeza. En fin, sobre las ancas del Destino, llevando a la Elección puesta en la silla, hacer el gran vïaje determino. 60 Si esta cabalgadura maravilla, sepa el que no lo sabe que se usa por todo el mundo, no sólo en Castilla. Ninguno tiene o puede dar escusa de no oprimir desta gran bestia el lomo, 65 ni mortal caminante lo rehúsa. Suele tal vez ser tan ligera como va por el aire el águila o saeta, y tal vez anda con los pies de plomo. Pero, para la carga de un poeta, 70 siempre ligera, cualquier bestia puede llevarla, pues carece de maleta; que es caso ya infalible que, aunque herede riquezas un poeta, en poder suyo no aumentarlas, perderlas le sucede. 75 Desta verdad ser la ocasión arguyo que tú, ¡oh gran padre Apolo!, les infundes en sus intentos el intento tuyo. Y, como no le mezclas ni confundes en cosas de agibílibus rateras, 80 ni en el mar de ganancia vil le hundes, ellos, o traten burlas o sean veras, sin aspirar a la ganancia en cosa, sobre el convexo van de las esferas, pintando en la palestra rigurosa 85 las acciones de Marte, o entre las flores las de Venus, más blanda y amorosa. Llorando guerras o cantando amores, la vida como en sueño se les pasa, o como suele el tiempo a jugadores. 90 Son hechos los poetas de una masa dulce, süave, correosa y tierna, y amiga del hogar de ajena casa. El poeta más cuerdo se gobierna por su antojo baldío y regalado, 95 de trazas lleno y de ignorancia eterna. Absorto en sus quimeras, y admirado de sus mismas acciones, no procura llegar a rico como a honroso estado. Vayan, pues, los leyentes con letura, 100 cual dice el vulgo mal limado y bronco, que yo soy un poeta desta hechura: cisne en las canas, y en la voz un ronco y negro cuervo, sin que el tiempo pueda desbastar de mi ingenio el duro tronco; 105 y que en la cumbre de la varia rueda jamás me pude ver sólo un momento, pues cuando subir quiero, se está queda. Pero, por ver si un alto pensamiento se puede prometer feliz suceso, 110 seguí el viaje a paso tardo y lento. Un candeal con ocho mis de queso fue en mis alforjas mi repostería, útil al que camina y leve peso. «Adiós», dije a la humilde choza mía; 115 «adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes, que manan néctar, llueven ambrosía; adiós, conversaciones suficientes a entretener un pecho cuidadoso y a dos mil desvalidos pretendientes; 120 adiós, sitio agradable y mentiroso, do fueron dos gigantes abrasados con el rayo de Júpiter fogoso; adiós, teatros públicos, honrados por la ignorancia, que ensalzada veo 125 en cien mil disparates recitados; adiós, de San Felipe el gran paseo, donde si baja o sube el turco galgo, como en gaceta de Venecia leo; adiós, hambre sotil de algún hidalgo, 130 que por no verme ante tus puertas muerto, hoy de mi patria y de mí mismo salgo». Con esto, poco a poco llegué al puerto a quien los de Cartago dieron nombre, cerrado a todos vientos y encubierto; 135 a cuyo claro y sin igual renombre se postran cuantos puertos el mar baña, descubre el sol y ha navegado el hombre. Arrojóse mi vista a la campaña rasa del mar, que trujo a mi memoria 140 del heroico don Juan la heroica hazaña; donde con alta de soldados gloria, y con propio valor y airado pecho tuve, aunque humilde, parte en la vitoria. Allí, con rabia y con mortal despecho, 145 el otomano orgullo vio su brío hollado y reducido a pobre estrecho. Lleno, pues, de esperanzas y vacío de temor, busqué luego una fragata que efetuase el alto intento mío, 150 cuando por la, aunque azul, líquida plata vi venir un bajel a vela y remo, que tomar tierra en el gran puerto trata. Del más gallardo y más vistoso estremo de cuantos las espaldas de Neptuno 155 oprimieron jamás, ni más supremo, cual éste, nunca vio bajel alguno el mar, ni pudo verse en el armada que destruyó la vengativa Juno; no fue del vellocino a la jornada 160 Argos tan bien compuesta y tan pomposa, ni de tantas riquezas adornada. Cuando entraba en el puerto, la hermosa Aurora por las puertas del Oriente salía en trenza blanda y amorosa. 165 Oyóse un estampido de repente, haciendo salva la real galera, que despertó y alborotó la gente. El son de los clarines la ribera llenaba de dulcísima armonía, 170 y el de la chusma alegre y placentera. Entrábanse las horas por el día, a cuya luz, con distinción más clara, se vio del gran bajel la bizarría. Áncoras echa, y en el puerto para, 175 y arroja un ancho esquife al mar tranquilo con música, con grita y algazara. Usan los marineros de su estilo: cubren la popa con tapetes tales, que es oro y sirgo de su trama el hilo. 180 Tocan de la ribera los umbrales; sale del rico esquife un caballero en hombros de otros cuatro principales, en cuyo traje y ademán severo vi de Mercurio al vivo la figura, 185 de los fingidos dioses mensajero; en el gallardo talle y compostura, en los alados pies, y el caduceo, símbolo de prudencia y de cordura, digo que al mismo paraninfo veo, 190 que trujo mentirosas embajadas a la tierra del alto Coliseo. Vile, y apenas puso las aladas plantas en las arenas, venturosas por verse de divinos pies tocadas, 195 cuando yo, revolviendo cien mil cosas en la imaginación, llegué a postrarme ante las plantas por adorno hermosas. Mandóme el dios parlero luego alzarme, y, con medidos versos y sonantes, 200 desta manera comenzó a hablarme: «¡Oh Adán de los poetas, oh Cervantes! ¿Qué alforjas y qué traje es éste, amigo, que así muestra discursos ignorantes?» Yo, respondiendo a su demanda, digo: 205 «Señor: voy al Parnaso, y, como pobre, con este aliño mi jornada sigo». Y él a mí dijo: «¡Oh sobrehumano y sobre espíritu cilenio levantado, toda abundancia y todo honor te sobre! 210 Que, en fin, has respondido a ser soldado antiguo y valeroso, cual lo muestra la mano de que estás estropeado. Bien sé que en la naval dura palestra perdiste el movimiento de la mano 215 izquierda, para gloria de la diestra; y sé que aquel instinto sobrehumano que de raro inventor tu pecho encierra no te le ha dado el padre Apolo en vano. Tus obras los rincones de la tierra, 220 llevándola[s] en grupa Rocinante, descubren y a la envidia mueven guerra. Pasa, raro inventor, pasa adelante con tu sotil disinio, y presta ayuda a Apolo, que la tuya es importante, 225 antes que el escuadrón vulgar acuda de más de veinte mil sietemesinos poetas que de serlo están en duda. Llenas van ya las sendas y caminos desta canalla inútil contra el monte, 230 que aun de estar a su sombra no son dignos. Ármate de tus versos luego, y ponte a punto de seguir este vïaje conmigo, y a la gran obra disponte; conmigo, segurísimo pasaje 235 tendrás, sin que te empaches, ni procures lo que suelen llamar matalotaje; y, porque esta verdad que digo apures, entra conmigo en mi galera, y mira cosas con que te asombres y asegures». 240 Yo, aunque pensé que todo era mentira, entré con él en la galera hermosa y vi lo que pensar en ello admira: de la quilla a la gavia, ¡oh estraña cosa!, toda de versos era fabricada, 245 sin que se entremetiese alguna prosa; las ballesteras eran de ensalada de glosas, todas hechas a la boda de la que se llamó malmaridada; era la chusma de romances toda, 250 gente atrevida, empero necesaria, pues a todas acciones se acomoda; la popa, de materia estraordinaria, bastarda, y de legítimos sonetos, de labor peregrina en todo y varia; 255 eran dos valentísimos tercetos los espalderes de la izquierda y diestra, para dar boga larga muy perfectos; hecha ser la crujía se me muestra de una luenga y tristísima elegía, 260 que no en cantar sino en llorar es diestra (por ésta entiendo yo que se diría lo que suele decirse a un desdichado cuando lo pasa mal: "pasó crujía"); el árbol, hasta el cielo levantado, 265 de una dura canción prolija estaba de canto de seis dedos embreado; él y la entena que por él cruzaba, de duros estrambotes la madera de que eran hechos claro se mostraba; 270 la racamenta, que es siempre parlera, toda la componían redondillas, con que ella se mostraba más ligera; las jarcias parecían seguidillas de disparates mil y más compuestas, 275 que suelen en el alma hacer cosquillas; las rumbadas, fortísimas y honestas estancias eran, tablas poderosas que llevan un poema y otro a cuestas. Era cosa de ver las bulliciosas 280 banderillas que al aire tremolaban, de varias rimas algo licenciosas; los grumetes, que aquí y allí cruzaban, de encadenados versos parecían, puesto que como libres trabajaban. 285 Todas las obras muertas componían o versos sueltos, o sestinas graves, que a la galera más gallarda hacían. En fin, con modos blandos y süaves, viendo Mercurio que yo visto había 290 el bajel, que es razón, lector, que alabes, junto a sí me sentó, y su voz envía a mis oídos en razones claras y llenas de suavísima armonía, diciendo: «Entre las cosas que son raras 295 y nuevas en el mundo y peregrinas, verás, si en ello adviertes y reparas, que es una este bajel de las más dignas de admiración, que llegue a ser espanto a naciones remotas y vecinas. 300 No le formaron máquinas de encanto, sino el ingenio del divino Apolo, que puede, quiere y llega y sube a tanto. Formóle, ¡oh nuevo caso!, para sólo que yo llevase en él cuantos poetas 305 hay desde el claro Tajo hasta Pactolo. De Malta el gran maestre, a quien secretas espías dan aviso que en Oriente se aperciben las bárbaras saetas, teme, y envía a convocar la gente 310 que sella con la blanca cruz el pecho, porque en su fuerza su valor se aumente; a cuya imitación, Apolo ha hecho que los famosos vates al Parnaso acudan, que está puesto en duro estrecho. 315 Yo, condolido del doliente caso, en el ligero casco, ya instrüido de lo que he de hacer, aguijo el paso: de Italia las riberas he barrido; he visto las de Francia y no tocado, 320 por venir sólo a España dirigido. Aquí, con dulce y con felice agrado, hará fin mi camino, a lo que creo, y seré fácilmente despachado. Tú, aunque en tus canas tu pereza veo, 325 serás el paraninfo de mi asumpto y el solicitador de mi deseo. Parte, y no te detengas sólo un punto, y a los que en esta lista van escritos dirás de Apolo cuanto aquí yo apunto». 330 Sacó un papel, y en él casi infinitos nombres vi de poetas, en que había yangüeses, vizcaínos y coritos. Allí famosos vi de Andalucía, y entre los castellanos vi unos hombres 335 en quien vive de asiento la poesía. Dijo Mercurio: «Quiero que me nombres desta turba gentil, pues tú lo sabes, la alteza de su ingenio, con los nombres». Yo respondí: «De los que son más graves 340 diré lo que supiere, por moverte a que ante Apolo su valor alabes». Él escuchó. Yo dije desta suerte. -------------------------------------------------------------------------------- capítulo segundo Colgado estaba de mi antigua boca el dios hablante, pero entonces mudo (que al que escucha, el guardar silencio toca), cuando di de improviso un estornudo, y, haciendo cruces por el mal agüero, 5 del gran Mercurio al mandamiento acudo. Miré la lista, y vi que era el primero el licenciado Juan de Ochoa, amigo por poeta y cristiano verdadero; deste varón en su alabanza digo 10 que puede acelerar y dar la muerte con su claro discurso al enemigo, y que si no se aparta y se divierte su ingenio en la gramática española, será de Apolo sin igual la suerte; 15 pues de su poesía, al mundo sola, puede esperar poner el pie en la cumbre de la incostante rueda o varia bola. Éste que de los cómicos es lumbre, que el licenciado Poyo es su apellido, 20 no hay nube que a su sol claro deslumbre; pero, como está siempre entretenido en trazas, en quimeras e invenciones, no ha de acudir a este marcial rüido. Éste que en lista por tercero pones, 25 que Hipólito se llama de Vergara, si llevarle al Parnaso te dispones, haz cuenta que en él llevas una jara, una saeta, un arcabuz, un rayo que contra la ignorancia se dispara. 30 Éste que tiene como mes de mayo florido ingenio, y que comienza ahora a hacer de sus comedias nuevo ensayo, Godínez es.Y estotro que enamora las almas con sus versos regalados, 35 cuando de amor ternezas canta o llora, es uno que valdrá por mil soldados cuando a la estraña y nunca vista empresa fueren los escogidos y llamados; digo que es don Francisco, el que profesa 40 las armas y las letras con tal nombre, que por su igual Apolo le confiesa; es de Calatayud su sobrenombre; con esto queda dicho todo cuanto puedo decir con que a la invidia asombre. 45 Éste que sigue es un poeta santo, digo famoso: Miguel Cid se llama, que al coro de las Musas pone espanto. Estotro que sus versos encarama sobre los mismos hombros de Calisto, 50 tan celebrado siempre de la fama, es aquel agradable, aquel bienquisto, aquel agudo, aquel sonoro y grave sobre cuantos poetas Febo ha visto; aquel que tiene de escribir la llave 55 con gracia y agudeza en tanto estremo, que su igual en el orbe no se sabe: es don Luis de Góngora, a quien temo agraviar en mis cortas alabanzas, aunque las suba al grado más supremo. 60 ¡Oh tú, divino espíritu, que alcanzas ya el premio merecido a tus deseos y a tus bien colocadas esperanzas; ya en nuevos y justísimos empleos, divino Herrera, tu caudal se aplica, 65 aspirando del cielo a los trofeos! Ya de tu hermosa Luz, y clara, y rica, el bello resplandor miras seguro, en la que [el] alma tuya beatifica; y, arrimada tu yedra al fuerte muro 70 de la inmortalidad, no estimas cuanto mora en las sombras deste mundo escuro. Y tú, Don Juan de Jáurigui, que a tanto el sabio curso de tu pluma aspira, que sobre las esferas le levanto, 75 aunque Lucano por tu voz respira, déjale un rato y, con piadosos ojos, a la necesidad de Apolo mira; que te están esperando mil despojos de otros mil atrevidos, que procuran 80 fértiles campos ser, siendo rastrojos. Y tú, por quien las Musas aseguran su partido, don Félix Arias, siente que por su gentileza te conjuran y ruegan que defiendas desta gente 85 non sancta su hermosura, y de Aganipe y de Hipocrene la inmortal corriente. ¿Consentirás tú, a dicha, participe del licor suavísimo un poeta que al hacer de sus versos sude y hipe? 90 No lo consentirás, pues tu discreta vena, abundante y rica, no permite cosa que sombra tenga de imperfecta. «Señor, éste que aquí viene se quite», dije a Mercurio, «que es un chacho necio 95 que juega, y es de sátiras su envite. Éste sí que podrás tener en precio, que es Alonso de Salas Barbadillo, a quien me inclino y sin medida aprecio. Éste que viene aquí, si he de decillo, 100 no hay para qué le embarques; y así, puedes borrarle». Dijo el dios: «Gusto de oíllo». «Es un cierto rapaz, que a Ganimedes quiere imitar, vistiéndose a lo godo; y así, aconsejo que sin él te quedes. 105 No lo harás con éste dese modo, que es el gran Luis Cabrera, que, pequeño, todo lo alcanza, pues lo sabe todo; es de la historia conocido dueño, y en discursos discretos tan discreto, 110 que a Tácito verás si te le enseño. Éste que viene es un galán sujeto de la varia fortuna a los vaivenes y del mudable tiempo al duro aprieto: un tiempo rico de caducos bienes, 115 y ahora de los firmes e inmudables más rico, a tu mandar firme le tienes; pueden los altos riscos siempre estables ser tocados del mar, mas no movidos de sus ondas en cursos varïables; 120 ni menos a la tierra trae rendidos los altos cedros Bóreas, cuando, airado, quiere humillar los más fortalecidos. Y éste que vivo ejemplo nos ha dado desta verdad con tal filosofía, 125 Don Lorenzo Ramírez es de Prado. Déste que se le sigue aquí diría que es Don Antonio de Monroy, que veo en él lo que es ingenio y cortesía; satisfación al más alto deseo 130 puede dar de valor heroico y ciencia, pues mil descubro en él y otras mil creo. Éste es un caballero de presencia agradable y que tiene de Torcato el alma sin alguna diferencia; 135 de don Antonio de Paredes trato, a quien dieron las Musas, sus amigas, en tierna edad anciano ingenio y trato. Éste que por llevarle te fatigas, es Don Antonio de Mendoza, y veo 140 cuánto en llevarle al sacro Apolo obligas. Éste que de las Musas es recreo, la gracia y el donaire y la cordura, que de la discreción lleva el trofeo, es Pedro de Morales, propria hechura 145 del gusto cortesano, y es asilo adonde se repara mi ventura. Éste, aunque tiene parte de Zoílo, es el grande Espinel, que en la guitarra tiene la prima y en el raro estilo. 150 Éste que tanto allá tira la barra que las cumbres se deja atrás de Pindo, que jura, que vocea y que desgarra, tiene más de poeta que de lindo, y es Jusepe de Vargas, cuyo astuto 155 ingenio y rara condición deslindo. Éste, a quien pueden dar justo tributo la gala y el ingenio que más pueda ofrecer a las Musas flor y fruto, es el famoso Andrés de Balmaseda, 160 de cuyo grave y dulce entendimiento el magno Apolo satisfecho queda. Éste es Enciso, gloria y ornamento del Tajo, y claro honor de Manzanares, que con tal hijo aumenta su contento. 165 Éste, que es escogido entre millares, de Guevara Luis Vélez es el bravo, que se puede llamar quitapesares; es poeta gigante, en quien alabo el verso numeroso, el peregrino 170 ingenio, si un Gnatón nos pinta, o un Davo. Éste es Don Juan de España, que es más digno de alabanzas divinas que de humanas, pues en todos sus versos es divino. Éste, por quien de Luso están ufanas 175 las Musas, es Silveira, aquel famoso que por llevarle con razón te afanas. Éste que se le sigue es el curioso gran don Pedro de Herrera, conocido por de ingenio elevado en punto honroso. 180 Éste que de la cárcel del olvido sacó otra vez a Proserpina hermosa, con que a España y al Dauro ha enriquecido, verásle, en la contienda rigurosa que se teme y se espera en nuestros días 185 (culpa de nuestra edad poco dichosa), mostrar de su valor las lozanías; pero ¿qué mucho, si es aquéste el docto y grave don Francisco de Farías? Éste, de quien yo fui siempre devoto, 190 oráculo y Apolo de Granada, y aun deste clima nuestro y del remoto, Pedro Rodríguez es. Éste es Tejada, de altitonantes versos y sonoros, con majestad en todo levantada. 195 Éste que brota versos por los poros y halla patria y amigos dondequiera, y tiene en los ajenos sus tesoros, es Medinilla, el que la vez primera cantó el Romance de la tumba escura, 200 entre cipreses puestos en hilera. Éste que en verdes años se apresura y corre al sacro lauro, es don Fernando Bermúdez, donde vive la cordura. Éste es aquel poeta memorando 205 que mostró de su ingenio la agudeza, en las selvas de Erífile cantando. Éste que la coluna nueva empieza, con estos dos que con su ser convienen, nombrarlos aun lo tengo por bajeza. 210 Miguel Cejudo y Miguel Sánchez vienen juntos aquí, ¡oh par sin par!; en éstos las sacras Musas fuerte amparo tienen; que en los pies de sus versos bien compuestos, llenos de erudición rara y dotrina, 215 al ir al grave caso serán prestos. Este gran caballero, que se inclina a la lección de los poetas buenos, y al sacro monte con su luz camina, don Francisco de Silva es por lo menos; 220 ¿qué será por lo más? ¡Oh edad madura en verdes años de cordura llenos! Don Gabriel Gómez viene aquí; segura tiene con él Apolo la vitoria de la canalla siempre necia y dura. 225 Para honor de su ingenio, para gloria de su florida edad, para que admire siempre de siglo en siglo su memoria, en este gran sujeto se retire y abrevie la esperanza deste hecho, 230 y Febo al gran Valdés atento mire. Verá en él un gallardo y sabio pecho, un ingenio sutil y levantado, con que le deje en todo satisfecho. Figueroa es estotro, el doctorado, 235 que cantó de Amarili la costancia en dulce prosa y verso regalado. Cuatro vienen aquí en poca distancia, con mayúsculas letras de oro escritos, que son del alto asumpto la importancia; 240 de tales cuatro, siglos infinitos durará la memoria, sustentada en la alta gravedad de sus escritos; del claro Apolo la real morada, si viniere a caer de su grandeza, 245 será por estos cuatro levantada; en ellos nos cifró Naturaleza el todo de las partes, que son dignas de gozar celsitud, que es más que alteza. Esta verdad, gran conde de Salinas, 250 bien la acreditas con tus raras obras, que en los términos tocan de divinas. Tú, el de Esquilache príncipe, que cobras de día en día crédito tamaño, que te adelantas a ti mismo y sobras, 255 serás escudo fuerte al grave daño que teme Apolo, con ventajas tantas, que no te espere el escuadrón tacaño. Tú, conde de Saldaña, que con plantas tiernas pisas de Pindo la alta cumbre, 260 y en alas de tu ingenio te levantas, hacha has de ser de inestinguible lumbre, que guíe al sacro monte al deseoso de verse en él, sin que la luz deslumbre. Tú, el de Villamediana, el más famoso 265 de cuantos entre griegos y latinos alcanzaron el lauro venturoso, cruzarás por las sendas y caminos que al monte guían, porque más seguros lleguen a él los simples peregrinos; 270 a cuya vista destos cuatro muros de Parnaso, caerán las arrogancias de los mancebos, sobre necios, duros. ¡Oh cuántas y cuán graves circustancias dijera destos cuatro, que felices 275 aseguran de Apolo las ganancias! Y más, si se les llega el de Alcañices marqués insigne, harán (puesto que hay una en el mundo no más) cinco fenices; cada cual de por sí será coluna 280 que sustente y levante el idificio de Febo sobre el cerco de la luna. Éste, puesto que acude al grave oficio en que se ocupa, el lauro [y] palma lleva, que Apolo da por honra y beneficio; 285 en esta ciencia es maravilla nueva, y en la jurispericia único y raro: su nombre es don Francisco de la Cueva. Éste, que con Homero le comparo, es el gran don Rodrigo de Herrera, 290 insigne en letras y en virtudes raro. Éste que se le sigue es el de Vera don Juan, que por su espada y por su pluma le honran en la quinta y cuarta esfera. Éste que el cuerpo y aun el alma bruma 295 de mil, aunque no muestra ser cristiano, sus escritos el tiempo no consuma». Cayóseme la lista de la mano en este punto, y dijo el dios: «Con éstos que has referido está el negocio llano. 300 Haz que con pies y pensamientos prestos vengan aquí, donde aguardando quedo la fuerza de tan válidos supuestos». «Mal podrá Don Francisco de Quevedo venir», dije yo entonces ; y él me dijo: 305 «Pues partirme sin él de aquí no puedo. Ése es hijo de Apolo, ése es hijo de Calíope Musa; no podemos irnos sin él, y en esto estaré fijo; es el flagelo de poetas memos, 310 y echará a puntillazos del Parnaso los malos que esperamos y tenemos». «¡Oh señor», repliqué, «que tiene el paso corto y no llegará en un siglo entero!» «Deso», dijo Mercurio, «no hago caso, 315 que el poeta que fuere caballero, sobre una nube entre pardilla y clara vendrá muy a su gusto caballero». «Y el que no», pregunté, «¿qué le prepara Apolo? ¿Qué carrozas, o qué nubes? 320 ¿Qué dromerio, o alfana en paso rara?» «Mucho», me respondió, «mucho te subes en tus preguntas; calla y obedece». «Sí haré, pues no es infando lo que jubes». Esto le respondí, y él me parece 325 que se turbó algún tanto; y en un punto el mar se turba, el viento sopla y crece. Mi rostro entonces, como el de un difunto se debió de poner; y sí haría, que soy medroso, a lo que yo barrunto. 330 Vi la noche mezclarse con el día; las arenas del hondo mar alzarse a la región del aire, entonces fría. Todos los elementos vi turbarse: la tierra, el agua, el aire, y aun el fuego 335 vi entre rompidas nubes azorarse. Y, en medio deste gran desasosiego, llovían nubes de poetas llenas sobre el bajel, que se anegara luego, si no acudieran más de mil sirenas 340 a dar de azotes a la gran borrasca, que hacía el saltarel por las entenas. Una, que ser pensé Juana la Chasca, de dilatado vientre y luengo cuello, pintiparado a aquel de la tarasca, 345 se llegó a mí, y me dijo: «De un cabello deste bajel estaba la esperanza colgada, a no venir a socorrello. Traemos, y no es burla, a la Bonanza, que estaba descuidada oyendo atenta 350 los discursos de un cierto Sancho Panza». En esto, sosegóse la tormenta, volvió tranquilo el mar, serenó el cielo, que al regañón el céfiro le ahuyenta. Volví la vista, y vi en ligero vuelo 355 una nube romper el aire claro, de la color del condensado yelo. ¡Oh maravilla nueva! ¡Oh caso raro! Vilo, y he de decillo, aunque se dude del hecho que por brújula declaro. 360 Lo que yo pude ver, lo que yo pude notar fue que la nube, dividida en dos mitades, a llover acude. Quien ha visto la tierra prevenida con tal disposición que, cuando llueve 365 (cosa ya averiguada y conocida), de cada gota en un instante breve del polvo se levanta o sapo o rana, que a saltos o despacio el paso mueve, tal se imagine ver, ¡oh soberana 370 virtud!, de cada gota de la nube saltar un bulto, aunque con forma humana. Por no creer esta verdad estuve mil veces; pero vila con la vista, que entonces clara y sin legañas tuve. 375 Eran aquestos bultos de la lista pasada los poetas referidos, a cuya fuerza no hay quien la resista. Unos por hombres buenos conocidos, otros de rumbo y hampo, y Dios es Cristo, 380 poquitos bien y muchos mal vestidos. Entre ellos parecióme de haber visto a don Antonio de Galarza el bravo, gentilhombre de Apolo y muy bienquisto. El bajel se llenó de cabo a cabo, 385 y su capacidad a nadie niega copioso asiento, que es lo más que alabo. Llovió otra nube al gran Lope de Vega, poeta insigne, a cuyo verso o prosa ninguno le aventaja, ni aun le llega. 390 Era cosa de ver maravillosa de los poetas la apretada enjambre, en recitar sus versos muy melosa: éste muerto de sed, aquél de hambre. Yo dije, viendo tantos, con voz alta: 395 «¡Cuerpo de mí con tanta poetambre!» Por tantas sobras conoció una falta Mercurio, y, acudiendo a remedialla, ligero en la mitad del bajel salta; y con una zaranda que allí halla, 400 no sé si antigua o si de nuevo hecha, zarandó mil poetas de gramalla. Los de capa y espada no desecha, y déstos zarandó dos mil y tantos; que fue de guilla entonces la cosecha: 405 colábanse los buenos y los santos, y quedábanse arriba los granzones, más duros en sus versos que los cantos; y, sin que les valiesen las razones que en su disculpa daban, daba luego 410 Mercurio al mar con ellos a montones. Entre los arrojados, se oyó un ciego, que murmurando entre las ondas iba de Apolo con un pésete y reniego. Un sastre, aunque en sus pies flojos estriba, 415 abriendo con los brazos el camino, dijo: «¡Sucio es Apolo, así yo viva!» Otro, que al parecer iba mohíno, con ser un zapatero de obra prima, 420 dijo dos mil, no un solo desatino. Trabaja un tundidor, suda y se anima por verse a la ribera conducido, que más la vida que la honra estima. El escuadrón nadante, reducido a la marina, vuelve a la galera 425 el rostro, con señales de ofendido; y [u]no por todos dijo: «Bien pudiera ese chocante embajador de Febo tratarnos bien, y no desta manera. Mas oigan lo que digo: Yo me atrevo 430 a profanar del monte la grandeza con libros nuevos y en estilo nuevo». Calló Mercurio, y a poner empieza con gran curiosidad seis camarines, dando a la gracia ilustre rancho y pieza. 435 De nuevo resonaron los clarines; y así, Mercurio, lleno de contento, sin darle mal agüero los delfines, remos al agua dio, velas al viento. -------------------------------------------------------------------------------- capítulo tercero Eran los remos de la real galera de esdrújulos, y dellos compelida se deslizaba por el mar ligera. Hasta el tope la vela iba tendida, hecha de muy delgados pensamientos, 5 de varios lizos por amor tejida. Soplaban dulces y amorosos vientos, todos en popa, y todos se mostraban al gran vïaje solamente atentos. Las sirenas en torno navegaban, 10 dando empellones al bajel lozano, con cuya ayuda en vuelo le llevaban. Semejaban las aguas del mar cano colchas encarrujadas, y hacían azules visos por el verde llano. 15 Todos los del bajel se entretenían: unos glosando pies dificultosos, otros cantaban, otros componían; otros, de los tenidos por curiosos, referían sonetos, muchos hechos 20 a diferentes casos amorosos; otros, alfeñicados y deshechos en puro azúcar, con la voz süave, de su melifluidad muy satisfechos, en tono blando, sosegado y grave, 25 églogas pastorales recitaban, en quien la gala y la agudeza cabe; otros de sus señoras celebraban, en dulces versos, de la amada boca los escrementos que por ella echaban. 30 Tal hubo a quien amor así le toca, que alabó los riñones de su dama con gusto grande y no elegancia poca. Uno cantó que la amorosa llama en mitad de las aguas le encendía, 35 y como toro agarrochado brama. Desta manera andaba la Poesía de en uno en otro, haciendo que hablase éste latín, aquél algarabía. En esto, sesga la galera, vase 40 rompiendo el mar con tanta ligereza, que el viento aun no consie[n]te que la pase; y, en esto, descubrióse la grandeza de la escombrada playa de Valencia, por arte hermosa y por naturaleza. 45 Hizo luego de sí grata presencia el gran don Luis Ferrer, marcado el pecho de honor y el alma de divina ciencia; desembarcóse el dios, y fue derecho a darle cuatro mil y más abrazos, 50 de su vista y su ayuda satisfecho. Volvió la vista, y reiteró los lazos en don Guillén de Castro, que venía deseoso de verse en tales brazos. Cristóbal de Virués se le seguía, 55 con Pedro de Aguilar, junta famosa de las que Turia en sus riberas cría. No le pudo llegar más valerosa escuadra al gran Mercurio, ni él pudiera desearla mejor ni más honrosa. 60 Luego se descubrió por la ribera un tropel de gallardos valencianos, que a ver venían la sin par galera; todos con instrumentos en las manos de estilos y librillos de memoria, 65 por bizarría y por ingenio ufanos, codiciosos de hallarse en la vitoria, que ya tenían por segura y cierta, de las heces del mundo y de la escoria. Pero Mercurio les cerró la puerta, 70 digo, no consintió que se embarcasen, y el porqué no lo dijo, aunque se acierta. Y fue, porque temió que no se alzasen, siendo tantos y tales, con Parnaso, y nuevo imperio y mando en él fundasen. 75 En esto, vióse con brïoso paso venir al magno Andrés Rey de Artieda, no por la edad descaecido o laso; hicieron todos espaciosa rueda, y, cogiéndole en medio, le embarcaron, 80 más rico de valor que de moneda. Al momento las áncoras alzaron, y las velas, ligadas a la entena, los grumetes apriesa desataron. De nuevo por el aire claro suena 85 el son de los clarines, y de nuevo vuelve a su oficio cada cual sirena. Miró el bajel por entre nubes Febo, y dijo en voz que pudo ser oída: «Aquí mi gusto y mi esperanza llevo». 90 De remos y sirenas impelida, la galera se deja atrás el viento, con milagrosa y próspera corrida. Leíase en los rostros el contento que llevaban los sabios pasajeros, 95 durable por no ser nada violento. Unos por el calor iban en cueros; otros, por no tener godescas galas, en traje se vistieron de romeros. Hendía en tanto las neptúneas salas 100 la galera, del modo como hiende la grulla el aire con tendidas alas. En fin, llegamos donde el mar se estiende y ensancha y forma el golfo de Narbona, que de ningunos vientos se defiende. 105 Del gran Mercurio la cabal persona, sobre seis resmas de papel sentada, iba con cetro y con real corona; cuando una nube, al parecer preñada, parió cuatro poetas en crujía, 110 o los llovió (razón más concertada). Fue el uno aquél de quien Apolo fía su honra: Juan Luis de Casanate, poeta insigne de mayor cuantía; el mismo Apolo de su ingenio trate, 115 él le alabe, él le premie y recompense, que el alabarle yo sería dislate. Al segundo llovido, el uticense Catón no le igualó, ni tiene Febo que tanto por él mire ni en él piense; 120 del contador Gaspar de Bar[r]ionuevo, mal podrá el corto flaco ingenio mío loar el suyo así como yo debo. Llenó del gran bajel el gran vacío el gran Francisco de Rioja, al punto 125 que saltó de la nube en el navío. A Cristóbal de Mesa vi allí junto a los pies de Mercurio, dando fama a Apolo, siendo dél propio trasumpto. A la gavia un grumete se encarama, 130 y dijo a voces: «La ciudad se muestra que Génova, del dios Jano, se llama». «Déjese la ciudad a la siniestra mano», dijo Mercurio; «el bajel vaya, y siga su derrota por la diestra». 135 Hacer al Tíber vimos blanca raya dentro del mar, habiendo ya pasado la ancha, romana y peligrosa playa. De lejos vióse el aire condensado del humo que el Estrómbalo vomita, 140 de azufre y llamas y de horror formado. Huyen la isla infame, y solicita el süave poniente así el viaje, que lo acorta, lo allana y facilita. Vímonos en un punto en el paraje 145 do la nutriz de Eneas pïadoso hizo el forzoso y último pasaje. Vimos desde allí a poco el más famoso monte que encierra en sí nuestro emisfero, más gallardo a la vista y más hermoso; 150 las cenizas de Títiro y Sincero están en él, y puede ser por esto nombrado entre los montes por primero. Luego se descubrió donde echó el resto de su poder Naturaleza, amiga 155 de formar de otros muchos un compuesto. Viose la pesadumbre sin fatiga de la bella Parténope, sentada a la orilla del mar, que sus pies liga, de castillos y torres coronada, 160 por fuerte y por hermosa en igual grado tenida, conocida y estimada. Mandóme el del alígero calzado que me aprestase y fuese luego a tierra a dar a los Lupercios un recado, 165 en que les diese cuenta de la guerra temida, y que a venir les persuadiese al duro y fiero asalto, al ¡cierra, cierra! «Señor», le respondí, «si acaso hubiese otro que la embajada les llevase, 170 que más grato a los dos hermanos fuese que yo no soy, sé bien que negociase mejor». Dijo Mercurio: «No te entiendo, y has de ir antes que el tiempo más se pase». «Que no me han de escuchar estoy temiendo», 175 le repliqué; «y así, el ir yo no importa, puesto que en todo obedecer pretendo. Que no sé quién me dice y quién me exhorta que tienen para mí, a lo que imagino, la voluntad, como la vista, corta. 180 Que si esto así no fuera, este camino con tan pobre recámara no hiciera, ni diera en un tan hondo desatino. Pues si alguna promesa se cumpliera de aquellas muchas que al partir me hicieron, 185 lléveme Dios si entrara en tu galera. Mucho esperé, si mucho prometieron, mas podía ser que ocupaciones nuevas les obligue a olvidar lo que dijeron. Muchos, señor, en la galera llevas 190 que te podrán sacar el pie del lodo: parte, y escusa de hacer más pruebas». «Ninguno», dijo, «me hable dese modo, que si me desembarco y los embisto, voto a Dios, que me traiga al Conde y todo. 195 Con estos dos famosos me enemisto, que, habiendo levantado a la Poesía al buen punto en que está, como se ha visto, quieren con perezosa tiranía alzarse, como dicen, a su mano 200 con la ciencia que a ser divinos guía. ¡Por el solio de Apolo soberano juro...! Y no digo más». Y, ardiendo en ira, se echó a las barbas una y otra mano, y prosiguió diciendo: «El dotor Mira, 205 apostaré, si no lo manda el Conde, que también en sus puntos se retira. Señor galán, parezca: ¿a qué se asconde? Pues a fee, por llevarle, si él no gusta, que ni le busque, aseche ni le ronde. 210 ¿Es esta empresa acaso tan injusta que se esquiven de hallar en ella cuantos tienen conciencia limitada y justa? ¿Carece el cielo de poetas santos, puesto que brote a cada paso el suelo 215 poetas, que lo son tantos y tantos? ¿No se oyen sacros himnos en el cielo? ¿La arpa de David allá no suena, causando nuevo acidental consuelo? ¡Fuera melindres! ¡Ícese la entena, 220 que llegue al tope!» Y luego obedecido fue de la chusma, sobre buenas buena. Poco tiempo pasó, cuando un rüido se oyó, que los oídos atronaba, y era de perros áspero ladrido. 225 Mercurio se turbó, la gente estaba suspensa al triste son, y en cada pecho el corazón más válido temblaba. En esto descubrióse el corto estrecho que Scila y que Caribdis espantosas 230 tan temeroso con su furia han hecho. «Estas olas que veis presunt[ü]osas en visitar las nubes de contino, y aun de tocar el cielo codiciosas, venciólas el prudente peregrino 235 amante de Calipso, al tiempo cuando hizo», dijo Mercurio, «este camino. Su prudencia nosotros imitando, echaremos al mar en qué se ocupen, en tanto que el bajel pasa volando, 240 que en tanto que ellas tasquen, roan, chupen el mísero que al mar ha de entregarse, seguro estoy que el paso desocupen. Miren si puede en la galera hallarse algún poeta desdichado, acaso, 245 que a las fieras gargantas pueda darse». Buscáronle y hallaron a Lofraso, poeta militar, sardo, que estaba desmayado a un rincón, marchito y laso; que a sus Diez libros de Fortuna andaba 250 añadiendo otros diez, y el tiempo escoge que más desocupado se mostraba. Gritó la chusma toda: «¡Al mar se arroje; vaya Lofraso al mar sin resistencia!» «Por Dios», dijo Mercurio, «que me enoje. 255 ¿Cómo, y no será cargo de conciencia, y grande, echar al mar tanta poesía, puesto que aquí nos hunda su inclemencia? Viva Lofraso, en tanto que dé al día Apolo luz, y en tanto que los hombres 260 tengan discreta, alegre fantasía. Tócante a ti, ¡oh Lofraso!, los renombres y epítetos de agudo y de sincero, y gusto que mi cómitre te nombres». Esto dijo Mercurio al caballero, 265 el cual en la crujía en pie se puso con un rebenque despiadado y fiero. Creo que de sus versos le compuso, y no sé cómo fue, que, en un momento (o ya el cielo, o Lofraso lo dispuso), 270 salimos del estrecho a salvamento, sin arrojar al mar poeta alguno: ¡tanto del sardo fue el merecimiento! Mas luego otro peligro, otro importuno temor amenazó, si no gritara 275 Mercurio cual jamás gritó ninguno, diciendo al timonero: «¡A orza, para, amáinese de golpe!» Y todo a un punto se hizo, y el peligro se repara. «Estos montes que veis, que están tan junto, 280 son los que Acroceraunos son llamados, de infame nombre, como yo barrunto». Asieron de los remos los honrados, los tiernos, los melifluos, los godescos, y los de a cantimplora acostumbrados; 285 los fríos los asieron y los frescos; asiéronlos también los calurosos, y los de calzas largas y greguescos; del sopraestante daño temerosos, todos a una la galera empujan 290 con flacos y con brazos poderosos. Debajo del bajel se somurmujan las sirenas, que dél no se apartaron, y a sí mismas en fuerzas sobrepujan; y en un pequeño espacio la llevaron 295 a vista de Corfú, y a mano diestra la isla inexpugnable se dejaron; y, dando la galera a la siniestra, discurría de Grecia las riberas, adonde el cielo su hermosura muestra. 300 Mostrábanse las olas lisonjeras, impeliendo el bajel süavemente, como burlando con alegres veras. Y luego, al parecer por el Oriente rayando el rubio sol nuestro horizonte 305 con rayas rojas, hebras de su frente, gritó un grumete y dijo: «El monte, el monte; el monte se descubre donde tiene su buen rocín el gran Belorofonte». Por el monte se arroja, y a pie viene 310 Apolo a recebirnos. «Yo lo creo», dijo Lofraso, «y llega a la Hipocrene. Yo desde aquí columbro, miro y veo que se andan solazando entre unas matas las Musas con dulcísimo recreo: 315 unas antiguas son, otras novatas, y todas con ligero paso y tardo andan las cinco en pie, las cuatro a gatas». «Si tú tal ves», dijo Mercurio, «¡oh sardo poeta!, que me corten las orejas, 320 o me tengan los hombres por bastardo. Dime: ¿por qué algún tanto no te alejas de la ignorancia, pobretón, y adviertes lo que cantan tus rimas en tus quejas? ¿Por qué con tus mentiras nos diviertes 325 de recebir a Apolo cual se debe, por haber mejorado vuestras suertes?» En esto, mucho más que el viento leve, bajó el lucido Apolo a la marina, a pie, porque en su carro no se atreve. 330 Quitó los rayos de la faz divina, mostróse en calzas y en jubón vistoso, porque dar gusto a todos determina. Seguíale detrás un numeroso escuadrón de doncellas bailadoras, 335 aunque pequeñas, de ademán brïoso. Supe poco después que estas señoras, sanas las más, las menos malparadas, las del tiempo y del sol eran las Horas: las medio rotas eran las menguadas; 340 las sanas, las felices, y con esto eran todas en todo apresuradas. Apolo luego con alegre gesto abrazó a los soldados que esperaba para la alta ocasión que se ha propuesto; 345 y no de un mismo modo acariciaba a todos, porque alguna diferencia hacía con los que él más se alegraba; que a los de señoría y excelencia nuevos abrazos dio, razones dijo, 350 en que guardó decoro y preeminencia. Entre ellos abrazó a don Juan de Arguijo, que no sé en qué, o cómo, o cuándo hizo tan áspero viaje y tan prolijo; Con él a su deseo satisfizo 355 Apolo, y confirmó su pensamiento: mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo. Hecho, pues, el sin par recebimiento, do se halló don Luis de Barahona, llevado allí por su merecimiento, 360 del siempre verde lauro una corona le ofrece Apolo en su intención, y un vaso del agua de Castalia y de Helicona; y luego vuelve el majestoso paso, y el escuadrón pensado y de repente 365 le sigue por las faldas del Parnaso. Llegóse, en fin, a la Castalia fuente, y, en viéndola, infinitos se arrojaron, sedientos, al cristal de su corriente: unos no solamente se hartaron, 370 sino que pies y manos y otras cosas algo más indecentes se lavaron; otros, más advertidos, las sabrosas aguas gustaron poco a poco, dando espacio al gusto, a pausas melindrosas. 375 El bríndez y el caraos se puso en bando, porque los más de bruces, y no a sorbos, el süave licor fueron gustando; de ambas manos hacían vasos corvos otros, y algunos de la boca al agua 380 temían de hallar cien mil estorbos. Poco a poco la fuente se desagua, y pasa en los estómagos bebientes, y aún no se apaga de su sed la fragua. Mas díjoles Apolo: «Otras dos fuentes 385 aún quedan, Aganipe e Hipocrene, ambas sabrosas, ambas excelentes; cada cual de licor dulce y perene, todas de calidad aumentativa del alto ingenio que a gustarlas viene». 390 Beben, y suben por el monte arriba, por entre palmas y entre cedros altos y entre árboles pacíficos de oliva; de gusto llenos y de angustia faltos, siguiendo a Apolo el escuadrón camina, 395 unos a pedicoj, otros a saltos. Al pie sentado de una antigua encina, vi a Alonso de Ledesma, componiendo una canción angélica y divina; conocíle, y a él me fui corriendo 400 con los brazos abiertos como amigo, pero no se movió con el estruendo. «¿No ves», me dijo Apolo, «que consigo no está Ledesma agora? ¿No ves claro que está fuera de sí y está conmigo?» 405 A la sombra de un mirto, al verde amparo, Jerónimo de Castro sesteaba, varón de ingenio peregrino y raro; un motete imagino que cantaba con voz süave; yo quedé admirado 410 de verle allí, porque en Madrid quedaba. Apolo me entendió y dijo: «Un soldado como éste no era bien que se quedara entre el ocio y el sueño sepultado. Yo le truje, y sé cómo, que a mi rara 415 potencia no la impide otra ninguna, ni inconviniente alguno la repara». En esto, se llegaba la oportuna hora, a mi parecer, de dar sustento al estómago pobre, y más si ayuna. 420 Pero no le pasó por pensamiento a Delio, que el ejército conduce, satisfacer al mísero hambriento. Primero a un jardín rico nos reduce, donde el poder de la Naturaleza 425 y el de la industria más campea y luce. Tuvieron los Hespérides belleza menor; no le igualaron los Pensiles en sitio, en hermosura y en grandeza; en su comparación, se muestran viles 430 los de Alcinöo, en cuyas alabanzas se han ocupado ingenios bien sotiles. No sujeto del tiempo a las mudanzas, que todo el año primavera ofrece frutos en posesión, no en esperanzas, 435 Naturaleza y arte allí parece andar en competencia, y está en duda cuál vence de las dos, cuál más merece. Muéstrase balbuciente y casi muda, si le alaba, la lengua más experta, 440 de adulación y de mentir desnuda. Junto con ser jardín, era una huerta, un soto, un bosque, un prado, un valle ameno, que en todos estos títulos concierta, de tanta gracia y hermosura lleno, 445 que una parte del cielo parecía el todo del bellísimo terreno. Alto en el sitio alegre Apolo hacía, y allí mandó que todos se sentasen a tres horas después de mediodía; 450 y, porque los asientos señalasen el ingenio y valor de cada uno, y unos con otros no se embarazasen, a despecho y pesar del importuno ambicioso deseo, les dio asiento 455 en el sitio y lugar más oportuno. Llegaban los laureles casi a ciento, a cuya sombra y troncos se sentaron algunos de aquel número contento; otros los de las palmas ocuparon; 460 de los mirtos y yedras y los robles también varios poetas albergaron. Puesto que humildes, eran de los nobles los asientos cual tronos levantados, porque tú, ¡oh Envidia!, aquí tu rabia dobles. 465 En fin, primero fueron ocupados los troncos de aquel ancho circüito, para honrar a poetas dedicados, antes que yo en el número infinito hallase asiento; y así en pie quedéme, 470 despechado, colérico y marchito. Dije entre mí: «¿Es posible que se estreme en perseguirme la Fortuna airada, que ofende a muchos y a ninguno teme?» Y, volviéndome a Apolo, con turbada 475 lengua le dije lo que oirá el que gusta saber, pues la tercera es acabada, la cuarta parte desta empresa justa. -------------------------------------------------------------------------------- capítulo cuarto Suele la indignación componer versos; pero si el indignado es algún tonto, ellos tendrán su todo de perversos. De mí yo no sé más sino que prompto me hallé para decir en tercia rima 5 lo que no dijo el desterrado a Ponto; y así le dije a Delio: «No se estima, señor, del vulgo vano el que te sigue y al árbol sacro del laurel se arrima; la envidia y la ignorancia le persigue, 10 y así, envidiado siempre y perseguido, el bien que espera por jamás consigue. Yo corté con mi ingenio aquel vestido con que al mundo la hermosa Galatea salió para librarse del olvido. 15 Soy por quien La Confusa, nada fea, pareció en los teatros admirable, si esto a su fama es justo se le crea. Yo, con estilo en parte razonable, he compuesto comedias que en su tiempo 20 tuvieron de lo grave y de lo afable. Yo he dado en Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico y mohíno, en cualquiera sazón, en todo tiempo. Yo he abierto en mis Novelas un camino 25 por do la lengua castellana puede mostrar con propiedad un desatino. Yo soy aquel que en la invención excede a muchos; y al que falta en esta parte, es fuerza que su fama falta quede. 30 Desde mis tiernos años amé el arte dulce de la agradable poësía, y en ella procuré siempre agradarte. Nunca voló la pluma humilde mía por la región satírica: bajeza 35 que a infames premios y desgracias guía. Yo el soneto compuse que así empieza, por honra principal de mis escritos: Voto a Dios, que me espanta esta grandeza. Yo he compuesto romances infinitos, 40 y el de Los celos es aquel que estimo, entre otros que los tengo por malditos. Por esto me congojo y me lastimo de verme solo en pie, sin que se aplique árbol que me conceda algún arrimo. 45 Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique para dar a la estampa al gran Pirsiles, con que mi nombre y obras multiplique. Yo, en pensamientos castos y sotiles, dispuestos en soneto[s] de a docena, 50 he honrado tres sujetos fregoniles. También, al par de Filis, mi Silena resonó por las selvas, que escucharon más de una y otra alegre cantilena, y en dulces varias rimas se llevaron 55 mis esperanzas los ligeros vientos, que en ellos y en la arena se sembraron. Tuve, tengo y tendré los pensamientos, merced al cielo que a tal bien me inclina, de toda adulación libres y esentos. 60 Nunca pongo los pies por do camina la mentira, la fraude y el engaño, de la santa virtud total rüina. Con mi corta fortuna no me ensaño, aunque por verme en pie como me veo, 65 y en tal lugar, pondero así mi daño. Con poco me contento, aunque deseo mucho». A cuyas razones enojadas, con estas blandas respondió Timbreo: «Vienen las malas suertes atrasadas, 70 y toman tan de lejos la corriente, que son temidas, pero no escusadas. El bien les viene a algunos de repente, a otros poco a poco y sin pensallo, y el mal no guarda estilo diferente. 75 El bien que está adquerido, conservallo con maña, diligencia y con cordura, es no menor virtud que el granjeallo. Tú mismo te has forjado tu ventura, y yo te he visto alguna vez con ella, 80 pero en el imprudente poco dura. Mas, si quieres salir de tu querella, alegre y no confuso, y consolado, dobla tu capa y siéntate sobre ella; que tal vez suele un venturoso estado, 85 cuando le niega sin razón la suerte, honrar más merecido que alcanzado». «Bien parece, señor, que no se advierte», le respondí, «que yo no tengo capa». Él dijo: «Aunque sea así, gusto de verte. 90 La virtud es un manto con que tapa y cubre su indecencia la estrecheza, que esenta y libre de la envidia escapa». Incliné al gran consejo la cabeza; quedéme en pie, que no hay asiento bueno 95 si el favor no le labra o la riqueza. Alguno murmuró, viéndome ajeno del honor que pensó se me debía, del planeta de luz y virtud lleno. En esto pareció que cobró el día 100 un nuevo resplandor, y el aire oyóse herir de una dulcísima armonía. Y, en esto, por un lado descubrióse del sitio un escuadrón de ninfas bellas, con que infinito el rubio dios holgóse. 105 Venía en fin y por remate dellas una resplandeciendo, como hace el sol ante la luz de las estrellas; la mayor hermosura se deshace ante ella, y ella sola resplandece 110 sobre todas, y alegra y satisface. Bien así semejaba cual se ofrece entre líquidas perlas y entre rosas la Aurora que despunta y amanece; la rica vestidura, las preciosas 115 joyas que la adornaban, competían con las que suelen ser maravillosas. Las ninfas que al querer suyo asistían, en el gallardo brío y bello aspecto, las artes liberales parecían; 120 todas con amoroso y tierno afecto, con las ciencias más claras y escondidas, le guardaban santísimo respecto; mostraban que en servirla eran servidas, y que por su ocasión de todas gentes 125 en más veneración eran tenidas. Su influjo y su reflujo las corrientes del mar y su profundo le mostraban, y el ser padre de ríos y de fuentes. Las yerbas su virtud la presentaban; 130 los árboles, sus frutos y sus flores; las piedras, el valor que en sí encerraban. El santo amor, castísimos amores; la dulce paz, su quïetud sabrosa; la guerra amarga, todos sus rigores. 135 Mostrábasele clara la espaciosa vía por donde el sol hace contino su natural carrera y la forzosa. La inclinación o fuerza del destino, y de qué estrellas consta y se compone, 140 y cómo influye este planeta o signo, todo lo sabe, todo lo dispone la santa y hermosísima doncella, que admiración como alegría pone. Preguntéle al parlero si en la bella 145 ninfa alguna deidad se disfrazaba que fuese justo el adorar en ella; porque en el rico adorno que mostraba, y en el gallardo ser que descubría, del cielo y no del suelo semejaba. 150 «Descubres», respondió, «tu bobería; que ha que la tratas infinitos años, y no conoces que es la Poësía». «Siempre la he visto envuelta en pobres paños», le repliqué; «jamás la vi compuesta 155 con adornos tan ricos y tamaños; parece que la he visto descompuesta, vestida de color de primavera en los días de cutio y los de fiesta». «Esta, que es la Poesía verdadera, 160 la grave, la discreta, la elegante», dijo Mercurio, «la alta y la sincera, siempre con vestidura rozagante se muestra en cualquier acto que se halla, cuando a su profesión es importante. 165 Nunca se inclina o sirve a la canalla trovadora, maligna y trafalmeja, que en lo que más ignora menos calla. Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja, amiga de sonaja y morteruelo, 170 que ni tabanco ni taberna deja; no se alza dos ni aun un coto del suelo, grande amiga de bodas y bautismos, larga de manos, corta de cerbelo. Tómanla por momentos parasismos; 175 no acierta a pronunciar, y, si pronuncia, absurdos hace y forma solecismos. Baco, donde ella está, su gusto anuncia, y ella derrama en coplas el poleo, con pa y vereda, y el mastranzo y juncia. 180 Pero aquesta que ves es el aseo, la [g]ala de los cielos y la tierra, con quien tienen las Musas su bureo; ella abre los secretos y los cierra, toca y apunta de cualquiera ciencia 185 la superficie y lo mejor que encierra. Mira con más ahínco su presencia: verás cifrada en ella la abundancia de lo que en bueno tiene la excelencia; moran con ella en una misma estancia 190 la divina y moral filosofía, el estilo más puro y la elegancia; puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más escura el alba bella que las perlas cría; 195 el curso de los ríos apresura, y le detiene; el pecho a furia incita, y le reduce luego a más blandura; por mitad del rigor se precipita de las lucientes armas contrapuestas, 200 y da vitorias y vitorias quita. Verás cómo le prestan las florestas sus sombras, y sus cantos los pastores, el mal sus lutos y el placer sus fiestas, perlas el Sur, Sabea sus olores, 205 el oro Tíbar, Hibla su dulzura, galas Milán y Lusitania amores. En fin, ella es la cifra do se apura lo provechoso, honesto y deleitable, partes con quien se aumenta la ventura. 210 Es de ingenio tan vivo y admirable, que a veces toca en puntos que suspenden, por tener no sé qué de inescrutable. Alábanse los buenos, y se ofenden los malos con su voz, y destos tales 215 unos la adoran, otros no la entienden. Son sus obras heroicas inmortales; las líricas, süaves de manera que vuelven en divinas las mortales. Si alguna vez se muestra lisonjera, 220 es con tanta elegancia y artificio, que no castigo sino premio espera. Gloria de la virtud, pena del vicio son sus acciones, dando al mundo en ellas de su alto ingenio y su bondad indicio». 225 En esto estaba, cuando por las bellas ventanas de jazmines y de rosas (que Amor estaba, a lo que entiendo, en ellas), divisé seis personas religiosas, al parecer de honroso y grave aspecto, 230 de luengas togas, limpias y pomposas. Preguntéle a Mercurio: «¿Por qué efecto aquéllos no parecen y se encubren, y muestran ser personas de respecto?» A lo que él respondió: «No se descubren, 235 por guardar el decoro al alto estado que tienen, y así el rostro todos cubren». «¿Quién son», le repliqué, «si es que te es dado dicirlo?» Respondióme: «No, por cierto, porque Apolo lo tiene así mandado». 240 «¿No son poetas?» «Sí». «Pues yo no acierto a pensar por qué causa se desprecian de salir con su ingenio a campo abierto. ¿Para qué se embobecen y se anecian, escondiendo el talento que da el cielo 245 a los que más de ser suyos se precian? ¡Aquí del rey! ¿Qué es esto? ¿Qué recelo o celo les impele a no mostrarse sin miedo ante la turba vil del suelo? ¿Puede ninguna ciencia compararse 250 con esta universal de la Poesía, que límites no tiene do encerrarse? Pues, siendo esto verdad, saber querría, entre los de la carda, cómo se usa este miedo, o melindre, o hipocresía. 255 Hace monseñor versos y rehúsa que no se sepan, y él los comunica con muchos, y a la lengua ajena acusa; y más que, siendo buenos, multiplica la fama su valor, y al dueño canta 260 con voz de gloria y de alabanza rica. ¿Qué mucho, pues, si no se le levanta testimonio a un pontífice poeta, que digan que lo es? Por Dios, que espanta. Por vida de Lanfusa la discreta, 265 que si no se me dice quién son estos togados de bonete y de muceta, que con trazas y modos descompuestos tengo de reducir a behetría estos tan sosegados y compuestos». 270 «Por Dios», dijo Mercurio, «y a fee mía, que no puedo decirlo, y si lo digo, tengo de dar la culpa a tu porfía». «Dilo, señor, que desde aquí me obligo de no decir que tú me lo dijiste», 275 le dije, «por la fe de buen amigo». Él dijo: «No nos cayan en el chiste, llégate a mí, dirételo al oído, pero creo que hay más de los que viste: aquél que has visto allí del cuello erguido, 280 lozano, rozagante y de buen talle, de honestidad y de valor vestido, es el doctor Francisco Sánchez; dalle puede, cual debe, Apolo la alabanza, que pueda sobre el cielo levantalle; 285 y aun a más su famoso ingenio alcanza, pues en las verdes hojas de sus días nos da de santos frutos esperanza. Aquél que en elevadas fantasías y en éstasis sabrosos se regala, 290 y tanto imita las acciones mías, es el maestro Hortensio, que la gala se lleva de la más rara elocuencia que en las aulas de Atenas se señala; su natural ingenio con la ciencia 295 y ciencias aprendidas le levanta al grado que le nombra la excelencia. Aquél de amarillez marchita y santa, que le encubre de lauro aquella rama y aquella hojosa y acopada planta, 300 fray Juan Baptista Capataz se llama: descalzo y pobre, pero bien vestido con el adorno que le da la fama. Aquél que del rigor fiero de olvido libra su nombre con eterno gozo, 305 y es de Apolo y las Musas bien querido, anciano en el ingenio y nunca mozo, humanista divino, es, según pienso, el insigne doctor Andrés del Pozo. Un licenciado de un ingenio inmenso 310 es aquél, y, aunque en traje mercenario, como a señor le dan las Musas censo; Ramón se llama, auxilio necesario con que Delio se esfuerza y ve rendidas las obstinadas fuerzas del contrario. 315 El otro, cuyas sienes ves ceñidas con los brazos de Dafne en triunfo honroso, sus glorias tiene en Alcalá esculpidas; en su ilustre teatro vitorioso le nombra el cisne, en canto no funesto, 320 siempre el primero, como a más famoso; a los donaires suyos echó el resto con propriedades al gorrón debidas, por haberlos compuesto o descompuesto. Aquestas seis personas referidas, 325 como están en divinos puestos puestas, y en sacra religión constitüidas, tienen las alabanzas por molestas que les dan por poetas, y holgarían llevar la loa sin el nombre a cuestas». 330 «¿Por qué», le pregunté, «señor, porfían los tales a escribir y dar noticia de los versos que paren y que crían? También tiene el ingenio su codicia, y nunca la alabanza se desprecia 335 que al bueno se le debe de justicia. Aquél que de poeta no se precia, ¿para qué escribe versos y los dice? ¿Por qué desdeña lo que más aprecia? Jamás me contenté ni satisfice 340 de hipócritos melindres: llanamente quise alabanzas de lo que bien hice». «Con todo, quiere Apolo que esta gente religiosa se tenga aquí secreta», dijo el dios que presume de elocuente. 345 Oyóse, en esto, el son de una corneta, y un «¡trapa, trapa, aparta, afuera, afuera, que viene un gallardísimo poeta!» Volví la vista y vi por la ladera del monte un postillón y un caballero 350 correr, como se dice, a la ligera; servía el postillón de pregonero, mucho más que de guía, a cuyas voces en pie se puso el escuadrón entero. Preguntóme Mercurio: «¿No conoces 355 quién es este gallardo, este brïoso? Imagino que ya le reconoces». «Bien sé», le respondí, «que es el famoso gran don Sancho de Leiva, cuya espada y pluma harán a Delio venturoso; 360 venceráse sin duda esta jornada con tal socorro». Y, en el mismo instante, cosa que parecía imaginada, otro favor no menos importante para el caso temido se nos muestra, 365 de ingenio y fuerzas y valor bastante: una tropa gentil por la siniestra parte del monte se descubre, ¡oh cielos, que dais de vuestra providencia muestra! Aquel discreto Juan de Vasconcelos 370 venía delante en un caballo bayo, dando a las musas lusitanas celos. Tras él, el capitán Pedro Tamayo venía, y, aunque enfermo de la gota, fue al enemigo asombro, fue desmayo; 375 que por él se vio en fuga y puesto en rota, que en los dudosos trances de la guerra su ingenio admira y su valor se nota. También llegaron a la rica tierra, puestos debajo de una blanca seña, 380 por la parte derecha de la sierra, otros, de quien tomó luego reseña Apolo; y era dellos el primero el joven don Fernando de Lodeña, poeta primerizo, insigne empero, 385 en cuyo ingenio Apolo deposita sus glorias para el tiempo venidero. Con majestad real, con inaudita pompa llegó, y al pie del monte para quien los bienes del monte solicita: 390 el licenciado fue Juan de Vergara el que llegó, con quien la turba ilustre en sus vecinos miedos se repara, de Esculapio y de Apolo gloria y lustre, si no, dígalo el santo bien partido, 395 y su fama la misma envidia ilustre. Con él, fue con aplauso recebido el docto Juan Antonio de Herrera, que puso en fil el desigual partido. ¡Oh, quién con lengua en nada lisonjera, 400 sino con puro afecto en grande exceso, dos que llegaron alabar pudiera! Pero no es de mis hombros este peso: fueron los que llegaron los famosos, los dos maestros Calvo y Valdivieso. 405 Luego se descubrió por los undosos llanos del mar una pequeña barca impelida de remos presurosos; llegó, y al punto della desembarca el gran don Juan de Argote y de Gamboa, 410 en compañía de don Diego Abarca, sujetos dignos de incesable loa; y don Diego Jiménez y de Anciso dio un salto a tierra desde la alta proa. En estos tres la gala y el aviso 415 cifró cuanto de gusto en sí contienen, como su ingenio y obras dan aviso. Con Juan López del Valle otros dos vienen juntos allí, y es Pamonés el uno, con quien las Musas ojeriza tienen, 420 porque pone sus pies por do ninguno los puso, y con sus nuevas fantasías mucho más que agradable es importuno. De lejas tierras por incultas vías llegó el bravo irlandés don Juan Bateo, 425 Jerjes nuevo en memoria en nuestros días. Vuelvo la vista, a Mantüano veo, que tiene al gran Velasco por mecenas, y ha sido acertadísimo su empleo; dejarán estos dos en las ajenas 430 tierras, como en las proprias, dilatados sus nombres, que tú, Apolo, así lo ordenas. Por entre dos fructíferos collados (¿habrá quien esto crea, aunque lo entienda?) de palmas y laureles coronados, 435 el grave aspecto del abad Maluenda pareció, dando al monte luz y gloria y esperanzas de triunfo en la contienda; pero, ¿de qué enemigos la vito[r]ia no alcanzará un ingenio tan florido 440 y una bondad tan digna de memoria? Don Antonio Gentil de Vargas, pido espacio para verte, que llegaste de gala y arte y de valor vestido; y, aunque de patria ginovés, mostraste 445 ser en las musas castellanas docto, tanto, que al escuadrón todo admiraste. Desde el indio apartado del remoto mundo, llegó mi amigo Montesdoca, y el que anudó de Arauco el nudo roto; 450 dijo Apolo a los dos: «A entrambos toca defender esta vuestra rica estancia de la canalla de vergüenza poca, la cual, de error armada y de arrogancia, quiere canonizar y dar renombre 455 inmortal y divino a la ignorancia; que tanto puede la afición que un hombre tiene a sí mismo, que, ignorante siendo, de buen poeta quiere alcanzar nombre». En esto, otro milagro, otro estupendo 460 prodigio se descubre en la marina, que en pocos versos declarar pretendo. Una nave a la tierra tan vecina llegó, que desde el sitio donde estaba se ve cuanto hay en ella y determina; 465 de más de cuatro mil salmas pasaba (que otros suelen llamarlas toneladas), ancho de vientre y de estatura brava: así como las naves que cargadas llegan de la oriental India a Lisboa, 470 que son por las mayores estimadas, ésta llegó desde la popa a proa cubierta de poetas, mercancía de quien hay saca en Calicut y en Goa. Tomóle al rojo dios alferecía 475 por ver la muchedumbre impertinente que en socorro del monte le venía, y en silencio rogó devotamente que el vaso naufragase en un momento al que gobierna el húmido tridente. 480 Uno de los del número hambriento se puso en esto al borde de la nave, al parecer mohíno y malcontento; y, en voz que ni de tierna ni süave tenía un solo adárame, gritando 485 dijo, tal vez colérico y tal grave, lo que impaciente estuve yo escuchando, porque vi sus razones ser saetas que iban mi alma y corazón clavando. «¡Oh tú», dijo, «traidor, que los poetas 490 canonizaste de la larga lista, por causas y por vías indirectas! ¿Dónde tenías, magancés, la vista aguda de tu ingenio, que, así ciego, fuiste tan mentiroso coronista? 495 Yo te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego que algunos de los muchos que escogiste sin que el respeto te forzase o el ruego, en el debido punto los pusiste; pero con los demás, sin duda alguna, 500 pródigo de alabanzas anduviste. Has alzado a los cielos la fortuna de muchos que en el centro del olvido, sin ver la luz del sol ni de la luna, yacían; ni llamado ni escogido 505 fue el gran Pastor de Iberia, el gran Bernardo que de la Vega tiene el apellido. Fuiste envidioso, descuidado y tardo, y a las Ninfas de Henares y pastores como a enemigos les tiraste un dardo; 510 y tienes tú poetas tan peores que éstos en tu rebaño, que imagino que han de sudar si quieren ser mejores; que si este agravio no me turba el tino, siete trovistas desde aquí diviso, 515 a quien suelen llamar de torbellino, con quien la gala, discreción y aviso tienen poco que ver, y tú los pones dos leguas más allá del Paraíso. Estas quimeras, estas invenciones 520 tuyas te han de salir al rostro un día si más no te mesuras y compones». Esta amenaza y gran descortesía mi blando corazón llenó de miedo y dio al través con la paciencia mía. 525 Y, volviéndome a Apolo con denuedo mayor del que esperaba de mis años, con voz turbada y con semblante acedo le dije: «Con bien claros desengaños descubro que el servirte me granjea 530 presentes miedos de futuros daños. Haz, ¡oh señor!, que en público se lea la lista que Cilenio llevó a España, porque mi culpa poca aquí se vea. Si tu deidad en escoger se engaña, 535 y yo sólo aprobé lo que él me dijo, ¿por qué este simple contra mí se ensaña? Con justa causa y con razón me aflijo de ver cómo estos bárbaros se inclinan a tenerme en temor duro y prolijo: 540 unos, porque los puse me abominan; otros, porque he dejado de ponellos de darme pesadumbre determinan. Yo no sé cómo me avendré con ellos: los puestos se lamentan, los no puestos 545 gritan, yo tiemblo déstos y de aquéllos. Tú, señor, que eres dios, dales los puestos que piden sus ingenios; llama y nombra los que fueren más hábiles y prestos. [Y], porque el turbio miedo que me asombra 550 no me acabe, acabada esta contienda, cúbreme con tu mano y con tu sombra, o ponme una señal por do se entienda que soy hechura tuya y de tu casa, y así no habrá ninguno que me ofenda». 555 «Vuelve la vista y mira lo que pasa», fue de Apolo enojado la respuesta, que ardiendo en ira el corazón se abrasa. Volvíla, y vi la más alegre fiesta, y la más desdichada y compasiva 560 que el mundo vio, ni aun la verá cual ésta. Mas no se espere que yo aquí la escriba, sino en la parte quinta, en quien espero cantar con voz tan entonada y viva, que piensen que soy cisne y que me muero. 565 -------------------------------------------------------------------------------- capítulo quinto Oyó el señor del húmido tridente las plegarias de Apolo, y escuchólas con alma tierna y corazón clemente; hizo de ojo y dio del pie a las olas, y, sin que lo entendiesen los poetas, 5 en un punto hasta el cielo levantólas; y él, por ocultas vías y secretas, se agazapó debajo del navío, y usó con él de sus traidoras tretas. Hirió con el tridente en lo vacío 10 del buco, y el estómago le llena de un copioso corriente amargo río. Advertido el peligro, al aire suena una confusa voz, la cual resulta de otras mil que el temor forma y la pena; 15 poco a poco el bajel pobre se oculta en las entrañas del cerúleo y cano vientre, que tantas ánimas sepulta. Suben los llantos por el aire vano de aquellos miserables, que suspiran 20 por ver su irreparable fin cercano; trepan y suben por las jarcias, miran cuál del navío es el lugar más alto, y en él muchos se apiñan y retiran. La confusión, el miedo, el sobresalto 25 les turba los sentidos, que imaginan que desta a la otra vida es grande el salto; con ningún medio ni remedio atinan; pero, creyendo dilatar su muerte, algún tanto a nadar se determinan; 30 saltan muchos al mar de aquella suerte, que al charco de la orilla saltan ranas cuando el miedo o el rüido las advierte. Hienden las olas, del romperse canas, menudean las piernas y los brazos, 35 aunque enfermos están y ellas no sanas; y, en medio de tan grandes embarazos, la vista ponen en la amada orilla, deseosos de darla mil abrazos. Y sé yo bien que la fatal cuadrilla, 40 antes que allí, holgara de hallarse en el Compás famoso de Sevilla; que no tienen por gusto el ahogarse (discreta gente al parecer en esto), pero valióles poco el esforzarse; 45 que el padre de las aguas echó el resto de su rigor, mostrándose en su carro con rostro airado y ademán funesto. Cuatro delfines, cada cual bizarro, con cuerdas hechas de tejidas ovas 50 le tiraban con furia y con desgarro. Las ninfas en sus húmidas alcobas sienten tu rabia, ¡oh vengativo nume!, y de sus rostros la color les robas. El nadante poeta que presume 55 llegar a la ribera defendida, sus ayes pierde y su tesón consume; que su corta carrera es impedida de las agudas puntas del tridente, entonces fiero y áspero homicida. 60 ¿Quién ha visto muchacho diligente que en goloso a sí mesmo sobrepuja (que no hay comparación más conveniente), picar en el sombrero la granuja, que el hallazgo le puso allí, o la sisa, 65 con punta alfileresca, o ya de aguja? Pues no con menor gana o menor prisa, poetas ensartaba el nume airado con gusto infame y con dudosa risa. En carro de cristal venía sentado, 70 la barba luenga y llena de marisco, con dos gruesas lampreas coronado; hacían de sus barbas firme aprisco la almeja, el morsillón, pulpo y cangrejo, cual le suelen hacer en peña o risco. 75 Era de aspecto venerable y viejo; de verde, azul y plata era el vestido, robusto al parecer y de buen rejo, aunque, como enojado, denegrido se mostraba en el rostro, que la saña 80 así turba el color como el sentido. Airado, contra aquéllos más se ensaña que nadan más, y sáleles al paso, juzgando a gloria tan cobarde hazaña. En esto (¡oh nuevo y milagroso caso, 85 digno de que se cuente poco a poco y con los versos de Torcato Taso! Hasta aquí no he invocado, ahora invoco vuestro favor, ¡oh Musas !, necesario para los altos puntos en que toco; 90 descerrajad vuestro más rico almario, y el aliento me dad que el caso pide, no humilde, no ratero ni ordinario), las nubes hiende, el aire pisa y mide la hermosa Venus Acidalia, y baja 95 del cielo, que ninguno se lo impide. Traía vestida de pardilla raja una gran saya entera, hecha al uso, que le dice muy bien, cuadra y encaja; luto que por su Adonis se le puso 100 luego que el gran colmillo del berraco a atravesar sus ingles se dispuso. A fe que si el mocito fuera maco, que él guardara la cara al colmilludo, que dio a su vida y su belleza saco. 105 ¡Oh valiente garzón, más que sesudo!, ¿cómo, estando avisado, tu mal tomas, entrando en trance tan horrendo y crudo? En esto, las mansísimas palomas que el carro de la diosa conducían 110 por el llano del mar y por las lomas, por unas y otras partes discurrían, hasta que con Neptuno se encontraron, que era lo que buscaban y querían. Los dioses, que se ven, se respetaron, 1I 5 y, haciendo sus zalemas a lo moro, de verse juntos en estremo holgaron. Guardáronse real grave decoro, y procuró Ciprinia en aquel punto mostrar de su belleza el gran tesoro: 120 ensanchó el verdugado, y dióle el punto con ciertos puntapiés, que fueron coces para el dios, que las vio y quedó difunto. Un poeta, llamado don Quincoces, andaba semivivo en las saladas 125 ondas, dando gemidos y no voces; con todo, dijo en mal articuladas palabras: «¡Oh señora, la de Pafo, y de las otras dos islas nombradas, muévate a compasión el verme gafo 130 de pies y manos, y que ya me ahogo en otras linfas que las del garrafo. Aquí será mi pira, aquí mi rogo, aquí será Quincoces sepultado, que tuvo en su crianza pedagogo!» 135 Esto dijo el mezquino; esto escuchado fue de la diosa con ternura tanta, que volvió a componer el verdugado; y luego en pie y piadosa se levanta, y, poniendo los ojos en el viejo, 140 desembudó la voz de la garganta, y, con cierto desdén y sobrecejo, entre enojada y grave y dulce, dijo lo que al húmido dios tuvo perplejo; y, aunque no fue su razonar prolijo, 145 todavía le trujo a la memoria hermano de quién era y de quién hijo; representóle cuán pequeña gloria era llevar de aquellos miserables el triunfo infausto y la crüel vitoria. 150 Él dijo: «Si los hados inmudables no hubieran dado la fatal sentencia destos en su ignorancia siempre estables, una brizna no más de tu presencia que viera yo, bellísima señora, 155 fuera de mi rigor la resistencia. Mas ya no puede ser, que ya la hora llegó donde mi blanda y mansa mano ha de mostrar que es dura y vencedora; que éstos, de proceder siempre inhumano, 160 en sus versos han dicho cien mil veces: «azotando las aguas del mar cano...» «Ni azotado ni viejo me pareces», replicó Venus. Y él le dijo a ella: «Puesto que me enamoras, no enterneces; 165 que de tal modo la fatal estrella influye destos tristes, que no puedo dar felice despacho a tu querella; del querer de los hados sólo un dedo no me puede apartar, ya tú lo sabes: 170 ellos han de acabar, y ha de ser cedo». «Primero acabarás que los acabes», le respondió madama, la que tiene de tantas voluntades puerta y llaves; «que, aunque el hado feroz su muerte ordene, 175 el modo no ha de ser a tu contento, que muchas muertes el morir contiene». Turbóse en esto el líquido elemento, de nuevo renovóse la tormenta, sopló más vivo y más apriesa el viento; 180 la hambrienta mesnada, y no sedienta, se rinde al huracán recién venido y, por más no penar, muere contenta. ¡Oh raro caso y por jamás oído ni visto ! ¡Oh nuevas y admirables trazas 185 de la gran reina obedecida en Nido!: en un instante, el mar de calabazas se vio cuajado, algunas tan potentes, que pasaban de dos y aun de tres brazas; también hinchados odres y valientes, 190 sin deshacer del mar la blanca espuma, nadaban de mil talles diferentes. Esta trasmutación fue hecha, en suma, por Venus, de los lánguidos poetas, porque Neptuno hundirlos no presuma; 195 el cual le pidió a Febo sus saetas, cuya arma, arrojadiza desde aparte, a Venus defraudara de sus tretas. Negóselas Apolo; y veis dó parte enojado el vejón, con su tridente 200 pensándolos pasar de parte a parte. Mas éste se resbala, aquél no siente la herida, y dando esguince se desliza, y él queda de la cólera impaciente. En esto Bóreas su furor atiza, 205 y lleva antecogida la manada, que con la de los Cerdas simboliza. Pidióselo la diosa, aficionada a que vivan poetas zarabandos de aquellos de la seta almidonada; 210 de aquellos blancos, tiernos, dulces, blandos, de los que por momentos se dividen en varias setas y en contrarios bandos; los contrapuestos vientos se comiden a complacer la bella rogadora, 215 y con un solo aliento la mar miden, llevando a la pïara gruñidora en calabazas y odres convertida, a los reinos contrarios del Aurora. Desta dulce semilla referida, 220 España, verdad cierta, tanto abunda, que es por ella estimada y conocida; que, aunque en armas y en letras es fecunda más que cuantas provincias tiene el suelo, su gusto en parte en tal semilla funda. 225 Después desta mudanza que hizo el cielo, o Venus, o quien fuese, que no importa guardar puntualidad como yo suelo, no veo calabaza, o luenga o corta, que no imagine que es algún poeta 230 que allí se estrecha, encubre, encoge, acorta. Pues, ¿qué cuando veo un cuero? ¡Oh mal discreta y vana fantasía, así engañada, que a tanta liviandad estás sujeta!: pienso que el piezgo de la boca atada 235 es la faz del poeta, transformado en aquella figura mal hinchada; y cuando encuentro algún poeta honrado (digo poeta firme y valedero, hombre vestido bien y bien calzado), 240 luego se me figura ver un cuero, o alguna calabaza, y desta suerte entre contrarios pensamientos muero. Y no sé si lo yerre o si lo acierte en que a las calabazas y a los cueros 245 y a los poetas trate de una suerte. Cernícalos que son lagartijeros, no esperen de gozar las preeminencias que gozan gavilanes no pecheros. Puestas en paz, pues, ya las diferencias 250 de Delio, y los poetas transformados en tan vanas y huecas apariencias, los mares y los vientos sosegados, sumergióse Neptuno malcontento en sus palacios de cristal labrados. 255 Las mansísimas aves por el viento volaron, y a la bella Ciprïana pusieron en su reino a salvamento. Y, en señal que del triunfo quedó ufana (lo que hasta allí nadie acabó con ella), 260 del luto se quitó la saboyana, quedando en cuezo, tan briosa y bella, que se supo después que Marte anduvo todo aquel día y otros dos tras ella. Todo el cual tiempo, el escuadrón estuvo 265 mirando atento la fatal rüina que la canalla transformada tuvo; y, viendo despejada la marina, Apolo, del socorro mal venido, de dar fin al gran caso determina. 270 Pero en aquel instante un gran rüido se oyó, con que la turba se alboroza y pone vista alerta y presto oído; y era quien le formaba una carroza rica, sobre la cual venía sentado 275 el grave don Lorenzo de Mendoza, de su felice ingenio acompañado, de su mucho valor y cortesía, joyas inestimables, adornado. Pedro Juan de Rejaule le seguía 280 en otro coche, insigne valenciano y grande defensor de la poesía. Sentado viene a su derecha mano Juan de Solís, mancebo generoso, de raro ingenio, en verdes años cano. 285 Y Juan de Carvajal, doctor famoso, les hace tercio, y no por ser pesado dejan de hacer su curso presuroso, porque al divino ingenio, al levantado valor de aquestos tres que el coche encierra, 290 no hay impedirle monte ni collado. Pasan volando la empinada sierra, las nubes tocan, llegan casi al cielo, y alegres pisan la famosa tierra. Con este mismo honroso y grave celo, 295 Bartolomé de Mola y Gabriel Laso llegaron a tocar del monte el suelo. Honra las altas cimas de Parnaso don Diego, que de Silva tiene el nombre, y por ellas alegre tiende el paso. 300 A cuyo ingenio y sin igual renombre toda ciencia se inclina y le obedece, y le levanta a ser más que de hombre. Dilátanse las sombras y descrece el día, y de la noche el negro manto 305 guarnecido de estrellas aparece; y el escuadrón, que había esperado tanto en pie, se rinde al sueño perezoso de hambre y sed, y de mortal quebranto. Apolo, entonces poco luminoso, 310 dando hasta los antípodas un brinco, siguió su occidental curso forzoso; pero primero licenció a los cinco poetas titulados, a su ruego, que lo pidieron con estraño ahínco, 315 por parecerles risa, burla y juego empresas semejantes; y así, Apolo condecendió con sus deseos luego; que es el galán de Dafne único y solo en usar cortesía sobre cuantos 320 descubre el nuestro y el contrario polo. Del lóbrego lugar de los espantos sacó su hisopo el lánguido Morfeo, con que ha rendido y embocado a tantos; y del licor que dicen que es leteo, 325 que mana de la fuente del olvido, los párpados bañó a todos arreo. El más hambriento se quedó dormido; dos cosas repugnantes, hambre y sueño, privilegio a poetas concedido. 330 Yo quedé, en fin, dormido como un leño, llena la fantasía de mil cosas, que de contallas mi palabra empeño, por más que sean en sí dificultosas. -------------------------------------------------------------------------------- capítulo sexto De una de tres causas los ensueños se causan, o los sueños, que este nombre les dan los que del bien hablar son dueños; primera, de las cosas de que el hombre trata más de ordinario; la segunda 5 quiere la medicina que se nombre del humor que en nosotros más abunda; toca en revelaciones la tercera, que en nu[e]stro bien más que las dos redunda. Dormí, y soñé, y el sueño la primera 10 causa le dio principio suficiente a mezclar el ahíto y la dentera. Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente abrasa las entrañas, que en la boca tiene de las que ha visto alguna fuente, 15 y el labio al fugitivo cristal toca, y el dormido consuelo imaginado crece el deseo, y no la sed apoca. Pelea el valentísimo soldado dormido casi al modo que despierto 20 se mostró en el combate fiero armado. Acude el tierno amante a su concierto, y en la imaginación, dormido, llega, sin padecer borrasca, a dulce puerto. El corazón el avariento entrega 25 en la mitad del sueño a su tesoro, que el alma en todo tiempo no le niega. Yo, que siempre guardé el común decoro en las cosas dormidas y despiertas, pues no soy troglodita ni soy moro, 30 de par en par del alma abrí las puertas, y dejé entrar al sueño por los ojos con premisas de gloria y gusto ciertas. Gocé durmiendo cuatro mil despojos (que los conté sin que faltase alguno) 35 de gustos que acudieron a manojos; el tiempo, la ocasión, el oportuno lugar correspondían al efecto, juntos y por sí solo cada uno. Dos horas dormí y más a lo discreto, 40 sin que imaginaciones ni vapores el celebro tuviesen inquïeto; la suelta fantasía entre mil flores me puso de un pradillo, que exhalaba de Pancaya y Sabea los olores; 45 el agradable sitio se llevaba tras sí la vista, que, durmiendo, viva mucho más que despierta se mostraba. Palpable vi..., mas no sé si lo escriba, que a las cosas que tienen de imposibles 50 siempre mi pluma se ha mostrado esquiva; las que tienen vislumbre de posibles, de dulces, de süaves y de ciertas, esplican mis borrones apacibles. Nunca a disparidad abre las puertas 55 mi corto ingenio, y hállalas contino de par en par la consonancia abiertas. ¿Cómo pueda agradar un desatino, si no es que de propósito se hace, mostrándole el donaire su camino? 60 Que entonces la mentira satisface cuando verdad parece y está escrita con gracia, que al discreto y simple aplace. Digo, volviendo al cuento, que infinita gente vi discurrir por aquel llano, 65 con algazara placentera y grita; con hábito decente y cortesano algunos, a quien dio la hipocresía vestido pobre, pero limpio y sano; otros, de la color que tiene el día 70 cuando la luz primera se aparece entre las trenzas de la Aurora fría. La varïada primavera ofrece de sus varias colores la abundancia, con que a la vista el gusto alegre crece; 75 la prodigalidad, la exorbitancia campean juntas por el verde prado con galas que descubren su ignorancia. En un trono, del suelo levantado, do el arte a la materia se adelanta, 80 puesto que de oro y de marfil labrado, una doncella vi, desde la planta del pie hasta la cabeza así adornada, que el verla admira y el oírla encanta. Estaba en él con majestad sentada, 85 giganta al parecer en la estatura, pero, aunque grande, bien proporcionada; parecía mayor su hermosura mirada desde lejos, y no tanto si de cerca se ve su compostura. 90 Lleno de admiración, colmo de espanto, puse en ella los ojos, y vi en ella lo que en mis versos desmayados canto. Yo no sabré afirmar si era doncella, aunque he dicho que sí, que en estos casos 95 la vista más aguda se atropella: son, por la mayor parte, siempre escasos de razón los juïcios maliciosos en juzgar rotos los enteros vasos. Altaneros sus ojos y amorosos 100 se mostraban con cierta mansedumbre, que los hacía en todo estremo hermosos; ora fuese artificio, ora costumbre, los rayos de su luz tal vez crecían, y tal vez daban encogida lumbre. 105 Dos ninfas a sus lados asistían, de tan gentil donaire y apariencia, que, miradas, las almas suspendían; de la del alto trono en la presencia desplegaban sus labios en razones 110 ricas en suavidad, pobres en ciencia; levantaban al cielo sus blasones, que estaban, por ser pocos o ningunos, escritos del olvido en los borrones; al dulce murmurar, al oportuno 115 razonar de las dos, la del asiento que en belleza jamás le igualó alguno, luego se puso en pie, y en un momento, me pareció que dio con la cabeza más allá de las nubes, y no miento; 120 y no perdió por esto su belleza; antes, mientras más grande, se mostraba igual su perfección a su grandeza; los brazos de tal modo dilataba, que de do nace a donde muere el día 125 los opuestos estremos alcanzaba; la enfermedad llamada hidropesía así le hincha el vientre, que parece que todo el mar caber en él podía; al modo destas partes, así crece 130 toda su compostura; y no por esto, cual dije, su hermosura desfallece. Yo, atónito, esperaba ver el resto de tan grande prodigio, y diera un dedo por saber la verdad segura y presto. 135 Uno, y no sabré quién, bien claro y quedo al oído me habló, y me dijo: «Espera, que yo decirte lo que quieres puedo. Ésta que vees, que crece de manera que apenas tiene ya lugar do quepa, 140 y aspira en la grandeza a ser primera; ésta que por las nubes sube y trepa hasta llegar al cerco de la luna (puesto que el modo de subir no sepa), es la que, confiada en su fortuna, 145 piensa tener de la inconstante rueda el eje quedo y sin mudanza alguna. Ésta que no halla mal que le suceda, ni le teme, atrevida y arrogante, pródiga siempre, venturosa y leda, 150 es la que con disignio extravagante dio en crecer poco a poco hasta ponerse, cual ves, en estatura de gigante. No deja de crecer por no atreverse a emprender las hazañas más notables, 155 adonde puedan sus estremos verse. ¿No has oído decir los memorables arcos, anfiteatros, templos, baños, termas, pórticos, muros admirables, que, a pesar y despecho de los años, 160 aún duran sus reliquias y entereza, haciendo al tiempo y a la muerte engaños?» «Yo», respondí por mí, «ninguna pieza de esas que has dicho, dejo de tenella clavada y remachada en la cabeza: 165 tengo el sepulcro de la viuda bella y el Coloso de Rodas allí junto, y la lanterna que sirvió de estrella. Pero vengamos de quién es al punto ésta, que lo deseo». «Haráse luego», 170 me respondió la voz en bajo punto. Y prosiguió diciendo: «A no estar ciego, hubieras visto ya quién es la dama; pero, en fin, tienes el ingenio lego. Ésta que hasta los cielos se encarama, 175 preñada, sin saber cómo, del viento, es hija del Deseo y de la Fama. Ésta fue la ocasión y el instrumento, el todo y parte de que el mundo viese no siete maravillas, sino ciento. 180 (Corto número es ciento; aunque dijese cien mil y más millones, no imagines que en la cuenta del número excediese). Ésta condujo a memorables fines edificios que asientan en la tierra 185 y tocan de las nubes los confines. Ésta tal vez ha levantado guerra donde la paz süave reposaba, que en límites estrechos no se encierra. Cuando Mucio en las llamas abrasaba 190 el atrevido fuerte brazo y fiero, ésta el incendio horrible resfriaba; ésta arrojó al romano caballero en el abismo de la ardiente cueva, de limpio armado y de luciente acero; 195 ésta tal vez con maravilla nueva, de su ambiciosa condición llevada, mil imposibles atrevida prueba. Desde la ardiente Libia hasta la helada Citia, lleva la fama su memoria, 200 en grandïosas obras dilatada. En fin, ella es la altiva Vanagloria, que en aquellas hazañas se entremete que llevan de los siglos la vitoria. Ella misma a sí misma se promete 205 triunfos y gustos, sin tener asida a la calva Ocasión por el copete. Su natural sustento, su bebida, es aire, y así crece en un instante tanto, que no hay medida a su medida. 210 Aquellas dos del plácido semblante que tiene a sus dos lados, son aquellas que sirven a su máquina de Atlante. Su delicada voz, sus luces bellas, su humildad aparente, y las lozanas 215 razones, que el amor se cifra en ellas, las hacen más divinas que no humanas, y son (con paz escucha y con paciencia) la Adulación y la Mentira, hermanas. Éstas están contino en su presencia, 220 palabras ministrándola al oído que tienen de prudentes apariencia. Y ella, cual ciega del mejor sentido, no ve que entre las flores de aquel gusto el áspid ponzoñoso está escondido. 225 Y así, arrojada con deseo injusto, en cristalino vaso prueba y bebe el veneno mortal, sin ningún susto. Quien más presume de advertido, pr[u]ebe a dejarse adular, verá cuán presto 230 pasa su gloria como el viento leve». Esto escuché, y en escuchando aquesto, dio un estampido tal la Gloria vana, que dio a mi sueño fin dulce y molesto. Y en esto descubrióse la mañana, 235 vertiendo perlas y esparciendo flores, lozana en vista y en virtud lozana: los dulces pequeñuelos ruiseñores, con cantos no aprendidos, le decían, enamorados della, mil amores; 240 los silgueros el canto repetían, y las diestras calandrias entonaban la música que todos componían. Unos del escuadrón priesa se daban porque no los hallase el dios del día 245 en los forzosos actos en que estaban. Y luego se asomó su señoría, con una cara de tudesco roja, por los balcones de la Aurora fría, en parte gorda, en parte flaca y floja, 250 como quien teme el esperado trance donde verse vencido se le antoja. En propio toledano y buen romance les dio los buenos días cortésmente, y luego se aprestó al forzoso lance; 255 y encima de un peñasco puesto enfrente del escuadrón, con voz sonora y grave esta oración les hizo de repente: «¡Oh espíritus felices, donde cabe la gala del decir, la sutileza 260 de la ciencia más docta que se sabe; donde en su propia natural belleza asiste la hermosa Poesía entera de los pies a la cabeza! No consintáis, por vida vuestra y mía 265 (mirad con qué llaneza Apolo os habla), que triunfe esta canalla que porfía. Esta canalla, digo, que se endiabla, que, por darles calor su muchedumbre, ya su ruina, o ya la nuestra entabla. 270 Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre, faroles do mi luz de asiento mora, ya por naturaleza o por costumbre, ¿habéis de consentir que esta embaidora, hipócrita gentalla se me atreva, 275 de tantas necedades inventora? Haced famosa y memorable prueba de vuestro gran valor en este hecho, que a su castigo y vuestra gloria os lleva. De justa indignación armad el pecho, 280 acometed intrépidos la turba, ociosa, vagamunda y sin provecho. No se os dé nada, no se os dé una burba (moneda berberisca, vil y baja) de aquesta gente que la paz nos turba. 285 El son de más de una templada caja, y el del pífaro triste, y la trompeta, que la cólera sube y flema abaja, así os incite con virtud secreta, que despierte los ánimos dormidos 290 en la fación que tanto nos aprieta. Ya retumba, ya llega a mis oídos del escuadrón contrario el rumor grande, formado de confusos alaridos; ya es menester, sin que os lo ruegue o mande, 295 que cada cual, como guerrero experto, sin que por su capricho se desmande, la orden guarde y militar concierto, y acuda a su deber como valiente hasta quedar o vencedor o muerto. 300 En esto, por la parte de poniente pareció el escuadrón casi infinito de la bárbara, ciega y pobre gente. Alzan los nuestros al momento un grito alegre, y no medroso; y gritan: «¡Arma!» 305 «¡Arma!» resuena todo aquel distrito; y, aunque mueran, correr quieren al arma. -------------------------------------------------------------------------------- capítulo sétimo Tú, belígera musa, tú, que tienes la voz de bronce y de metal la lengua, cuando a cantar del fiero Marte vienes; tú, por quien se aniquila siempre y mengua el gran género humano; tú, que puedes 5 sacar mi pluma de ignorancia y mengua; tú, mano rota y larga de mercedes, digo en hacellas, una aquí te pido, que no hará que menos rica quedes. La soberbia y maldad, el atrevido 10 intento de una gente malmirada, ya se descubre con mortal ruïdo. Dame una voz al caso acomodada, una sutil y bien cortada pluma, no de afición ni de pasión llevada, 15 para que pueda referir en suma, con purísimo y nuevo sentimiento, con verdad clara y entereza suma, el contrapuesto y desigual intento de uno y otro escuadrón, que, ardiendo en ira, 20 sus banderas descoge al vago viento. El del bando católico, que mira al falso y grande al pie del monte puesto, que de subir al alta cumbre aspira; con paso largo y ademán compuesto, 25 todo el monte coronan, y se ponen a la furia, que en loca ha echado el resto; las ventajas tantean, y disponen los ánimos valientes al asalto, en quien su gloria y su venganza ponen; 30 de rabia lleno y de paciencia falto, Apolo su bellísimo estandarte mandó al momento levantar en alto; arbolóle un marqués, que el proprio Marte su brïosa presencia representa 35 naturalmente, sin industria y arte; poeta celebérrimo y de cuenta, por quien y en quien Apolo soberano su gloria y gusto y su valor aumenta. Era la insinia un cisne hermoso y cano, 40 tan al vivo pintado, que dijeras la voz despide alegre al aire vano; siguen al estandarte sus banderas, de gallardos alféreces llevadas, honrosas por no estar todas enteras. 45 Las cajas a lo bélico templadas al mílite más tardo vuelven presto, de voces de metal acompañadas. Jerónimo de Mora llegó en esto, pintor excelentísimo y poeta: 50 Apeles y Virgilio en un supuesto; y con la autoridad de una jineta (que de ser capitán le daba nombre) al caso acude y a la turba aprieta. Y, porque más se turbe y más se asombre, 55 el enemigo desigual y fiero, llegó el gran Biedma, de inmortal renombre; y con él Gaspar de Ávila, primero secuaz de Apolo, a cuyo verso y pluma Iciar puede envidiar, temer Sincero. 60 Llegó Juan de Meztanza, cifra y suma de tanta erudición, donaire y gala, que no hay muerte ni edad que la consuma. Apolo le arrancó de Guatimala, y le trujo en su ayuda para ofensa 65 de la canalla en todo estremo mala. Hacer milagros en el trance piensa Cepeda, y acompáñale Mejía, poetas dignos de alabanza inmensa. Clarísimo esplendor de Andalucía 70 y de la Mancha, el sin igual Galindo llegó con majestad y bizarría. De la alta cumbre del famoso Pindo bajaron tres bizarros lusitanos, a quien mis alabanzas todas rindo, 75 con prestos pies y con valientes manos, con Fernando Correa de la Cerda, pisó Rodríguez Lobo monte y llanos; y porque Febo su razón no pierda, el grande don Antonio de Ataíde 80 Ilegó con furia alborotada y cuerda. Las fuerzas del contrario ajusta y mide con las suyas Apolo, y determina dar la batalla, y la batalla pide. El ronco son de más de una bocina, 85 instrumento de caza y de la guerra, de Febo a los oídos se avecina; tiembla debajo de los pies la tierra de infinitos poetas oprimida, que dan asalto a la sagrada sierra. 90 El fiero general de la atrevida gente, que trae un cuervo en su estandarte, es Arbolánchez, muso por la vida. Puestos estaban en la baja parte y en la cima del monte, frente a frente, 95 los campos, de quien tiembla el mismo Marte, cuando una al parecer discreta gente del católico bando al enemigo se pasó, como en número de veinte. Yo con los ojos su carrera sigo, 100 y, viendo el paradero de su intento, con voz turbada al sacro Apolo digo: «¿Qué prodigio es aquéste? ¿Qué portento? O, por mejor decir: ¿Qué mal agüero, que así me corta el brío y el aliento? 105 Aquel tránsfuga que partió primero, no sólo por poeta le tenía, pero también por bravo churrullero; aquel ligero que tras él corría, en mil corrillos en Madrid le he visto 110 tiernamente hablar en la poesía; aquel tercero que partió tan listo, por satírico, necio y por pesado sé que de todos fue siempre malquisto. No puedo imaginar cómo ha llevado 115 Mercurio estos poetas en su lista». «Yo fui», respondió Apolo, «el engañado; que de su ingenio la primera vista indicios descubrió que serían buenos para facilitar esta conquista». 120 «Señor», repliqué yo, «creí que ajenos eran de las deidades los engaños; digo, engañarse en poco más ni menos; la prudencia, que nace de los años y tiene por maestra la esperiencia, 125 es la deidad que advierte destos daños». Apolo respondió: «Por mi conciencia, que no te entiendo», algo turbado y triste por ver de aquellos veinte la insolencia. Tú, sardo militar, Lofraso, fuiste 130 uno de aquellos bárbaros corrientes que del contrario el número creciste. Mas no por esta mengua los valientes del escuadrón católico temieron, poetas madrigados y excelentes; 135 antes, tanto coraje concibieron contra los fugitivos corredores, que riza en ellos y matanza hicieron. ¡Oh falsos y malditos trovadores, que pasáis plaza de poetas sabios, 140 siendo la hez de los que son peores: entre la lengua, paladar y labios anda contino vuestra poesía, haciendo a la virtud cien mil agravios! Poetas de atrevida hipocresía, 145 esperad, que de vuestro acabamiento ya se ha llegado el temeroso día. De las confusas voces el concento confuso por el aire resonaba, de espesas nubes condensando el viento. I50 Por la falda del monte gateaba una tropa poética, aspirando a la cumbre, que bien guardada estaba; hacían hincapié de cuando en cuando, y con hondas de estallo y con ballestas 155 iban libros enteros disparando; no del plomo encendido las funestas balas pudieran ser dañosas tanto, ni al disparar pudieran ser más prestas. Un libro mucho más duro que un canto 160 a Jusepe de Vargas dio en las sienes, causándole terror, grima y espanto. Gritó, y dijo a un soneto: «Tú, que vienes de satírica pluma disparado, ¿por qué el infame curso no detienes?» 165 Y, cual perro con piedras irritado, que deja al que las tira y va tras ellas, cual si fueran la causa del pecado, entre los dedos de sus manos bellas hizo pedazos al soneto altivo, 170 que amenazaba al sol y a las estrellas. Y díjole Cilenio: «¡Oh rayo vivo donde la justa indignación se muestra en un grado y valor superlativo, la espada toma en la temida diestra, 175 y arrójate valiente y temerario por esta parte, que el peligro adiestra!» En esto, del tamaño de un breviario volando un libro por el aire vino, de prosa y verso, que arrojó el contrario; 180 de verso y prosa el puro desatino nos dio a entender que de Arbolanches eran las Habidas, pesadas de contino. Unas Rimas llegaron que pudieran desbaratar el escuadrón cristiano 185 si acaso vez segunda se imprimieran. Dióle a Mercurio en la derecha mano una sátira antigua licenciosa, de estilo agudo, pero no muy sano. De una intricada y mal compuesta prosa, 190 de un asumpto sin jugo y sin donaire, cuatro novelas disparó Pedrosa. Silbando recio y desgarrando el aire, otro libro llegó de Rimas solas, hechas al parecer como al desgaire. 195 Viólas Apolo, y dijo, cuando viólas: «Dios perdone a su autor, y a mí me guarde de algunas Rimas sueltas españolas». Llegó el Pastor de Iberia, aunque algo tarde, y derribó catorce de los nuestros 200 haciendo de su ingenio y fuerza alarde; pero dos valerosos, dos maestros, dos lumbreras de Apolo, dos soldados, únicos en hablar y en obrar diestros, del monte puestos en opuestos lados, 205 tanto apretaron a la turbamulta, que volvieron atrás los encumbrados. Es Gregorio de Angulo el que sepulta la canalla, y con él Pedro de Soto, de prodigioso ingenio y vena culta. 210 Doctor aquél, estotro único y docto licenciado, de Apolo ambos secuaces, con raras obras y ánimo devoto. Las dos contrarias indignadas haces ya miden las espadas, ya se cierran, 215 duras en su tesón y pertinaces; con los dientes se muerden, y se aferran con las garras, las fieras imitando, que toda pïedad de sí destierran. Haldeando venía y trasudando 220 el autor de La Pícara Justina, capellán lego del contrario bando; y cual si fuera de una culebrina, disparó de sus manos su librazo, que fue de nuestro campo la rüina. 225 Al buen Tomás Gracián mancó de un brazo, a Medinilla derribó una muela y le llevó de un muslo un gran pedazo. Una despierta nuestra centinela gritó: «¡Todos abajen la cabeza, 230 que dispara el contrario otra novela!» Dos pelearon una larga pieza, y el uno al otro con instancia loca, de un envión, con arte y con destreza, seis seguidillas le encajó en la boca, 235 con que le hizo vomitar el alma, que salió libre de su estrecha roca. De la furia el ardor, del sol la calma tenía en duda de una y otra parte la vencedora y pretendida palma. 240 Del cuervo, en esto, el lóbrego estandarte cede al del cisne, porque vino al suelo, pasado el corazón de parte a parte; su alférez, que era un andaluz mozuelo, trovador repentista, que subía 245 con la soberbia más allá del cielo; helósele la sangre que tenía; murióse, cuando vio que muerto estaba, la turba, pertinaz en su porfía. Puesto que ausente el gran Lupercio estaba, 250 con un solo soneto suyo hizo lo que de su grandeza se esperaba: descuadernó, desencajó, deshizo del opuesto escuadrón catorce hileras, dos crïollos mató, hirió un mestizo. 255 De sus sabrosas burlas y sus veras el magno cordobés un cartapacio disparó, y aterró cuatro banderas. Daba ya indicios de cansado y lacio el brío de la bárbara canalla, 260 peleando más flojo y más despacio; mas renovóse la fatal batalla, mezclándose los unos con los otros; ni vale arnés, ni presta dura malla. Cinco melifluos sobre cinco potros 265 llegaron, y embistieron por un lado, y lleváronse cinco de nosotros; cada cual como moro atavïado, con más letras y cifras que una carta de príncipe enemigo y recatado. 270 De romances moriscos una sarta, cual si fuera de balas enramadas, llega con furia y con malicia harta; y, a no estar dos escuadras avisadas de las nuestras, del recio tiro y presto 275 era fuerza quedar desbaratadas. Quiso Apolo, indignado, echar el resto de su poder y de su fuerza sola, y dar al enemigo fin molesto, y una sacra canción, donde acrisola 280 su ingenio, gala, estilo y bizarría Bartolomé Leonardo de Argensola, cual si fuera un petarte, Apolo envía adonde está el tesón más apretado, más dura y más furiosa la porfia. 285 Cuando me paro a contemplar mi estado, comienza la canción que Apolo pone en el lugar más noble y levantado. Todo lo mira, todo lo dispone con ojos de Argos; manda, quita y veda, 290 y del contrario a todo ardid se opone. Tan mezclados están, que no hay quien pueda discernir cuál es malo o cuál es bueno, cuál es garcilasista o timoneda. Pero un mancebo, de ignorancia ajeno, 295 grande escudriñador de toda historia, rayo en la pluma y en la voz un trueno, llegó, tan rica el alma de memoria, de sana voluntad y entendimiento, que fue de Febo y de las Musas gloria; 300 con éste aceleróse el vencimiento, porque supo decir: «Éste merece gloria, pero aquél no, sino tormento». Y, como ya con distinción parece el justo y el injusto combatiente, 305 el gusto al peso de la pena crece. Tú, Pedro Mantüano el excelente, fuiste quien distinguió de la confusa máquina el que es cobarde del valiente. Julián de Almendárez no rehúsa, 310 puesto que llegó tarde, en dar socorro al rubio Delio con su ilustre musa. Por las rucias que peino, que me corro de ver que las comedias endiabladas por divinas se pongan en el corro; 315 y, a pesar de las limpias y atildadas del cómico mejor de nuestra Hesperia, quieren ser conocidas y pagadas. Mas no ganaron mucho en esta feria, porque es discreto el vulgo de la Corte, 320 aunque le toca la común miseria. De llano no le deis, dadle de corte, estancias polifemas, al poeta que no os tuviere por su guía y norte. Inimitables sois, y a la discreta 325 gala que descubrís en lo escondido, toda elegancia puede estar sujeta. Con estas municiones el partido nuestro se mejoró de tal manera, que el contrario se tuvo por vencido. 330 Cayó su presunción soberbia y fiera, derrúmbanse del monte abajo cuantos presumieron subir por la ladera. La voz prolija de sus roncos cantos el mal suceso con rigor la vuelve 335 en interrotos y funestos llantos. Tal hubo, que cayendo se resuelve de asirse de una zarza o cabrahígo, y en llanto, a lo de Ovidio, se disuelve. Cuatro se arracimaron a un quejigo 340 como enjambre de abejas desmandada, y le estimaron por el lauro amigo. Otra cuadrilla, virgen por la espada, y adúltera de lengua, dio la cura a sus pies, de su vida almidonada. 345 Bartolomé llamado de Segura el toque casi fue del vencimiento: tal es su ingenio y tal es su cordura. Resonó en esto por el vago viento la voz de la vitoria, repetida 350 del número escogido en claro acento. La miserable, la fatal caída, de las Musas del limpio Tagarete fue largos siglos con dolor plañida; a la parte del llanto, ¡ay me!, se mete 355 Zapardïel, famoso por su pesca, sin que un pequeño instante se quïete. La voz de la vitoria se refresca; «¡vitoria!» suena aquí y allí, vitoria adquirida por nuestra soldadesca, 360 que canta alegre la alcanzada gloria. ------------------------------------------------------------------------------- capítulo octavo Al caer de la máquina excesiva del escuadrón poético arrogante que en su no vista muchedumbre estriba, un poeta, mancebo y estudiante, dijo: «Caí, paciencia; que algún día 5 será la nuestra, mi valor mediante. De nuevo afilaré la espada mía, digo mi pluma, y cortaré de suerte que dé nueva excelencia a la porfía; que ofrece la comedia, si se advierte, 10 largo campo al ingenio, donde pueda librar su nombre del olvido y muerte. Fue desto ejemplo Juan de Timoneda, que, con sólo imprimir, se hizo eterno, las comedias del gran Lope de Rueda. 15 Cinco vuelcos daré en el propio infierno por hacer recitar una que tengo nombrada El gran bastardo de Salerno». ¡Guarda, Apolo, que baja (guarte, Rengo) el golpe de la mano más gallarda 20 que ha visto el tiempo en su discurso luengo! En esto, el claro son de una bastarda alas pone en los pies de la vencida gente del mundo perezosa y tarda; con la esperanza del vencer perdida, 25 no hay quien no atienda con ligero paso, si no a la honra, a conservar la vida. Desde las altas cumbres de Parnaso, de un salto uno se puso en Guadarrama, nuevo, no visto y verdadero caso; 30 y al mismo paso la parlera Fama cundió del vencimiento la alta nueva, desde el claro Caístro hasta Jarama. Lloró la gran vitoria el turbio Esgueva, Pisuerga la rió, rióla Tajo, 35 que en vez de arena granos de oro lleva. Del cansancio, del polvo y del trabajo las rubicundas hebras de Timbreo, del color se pararon de oro bajo; pero, viendo cumplido su deseo, 40 al son de la guitarra mercuriesca hizo de la Gallarda un gran paseo, y de Castalia en la corriente fresca el rostro se lavó, y quedó luciente como de acero la segur turquesca. 45 Pulióse luego, y adornó su frente de majestad mezclada con dulzura, indicios claros del placer que siente. Las reinas de la humana hermosura salieron de do estaban retiradas 50 mientras duraba la contienda dura; del árbol siempre verde coro[na]das, y en medio la divina Poesía, todas de nuevas galas adornadas. Melpómene, Tersícore y Talía, 55 Polimnia, Urania, Erato, Euterpe y Clío, y Calíope, hermosa en demasía, muestran ufanas su destreza y brío, tejiendo una entricada y nueva danza al dulce son de un instrumento mío. 60 Mío, no dije bien; mentí a la usanza de aquel que dice propios los ajenos versos que son más dignos de alabanza. Los anchos prados y los campos llenos están de las escuadras vencedoras 65 (que siempre van a más y nunca a menos), esperando de ver de sus mejoras el colmo con los premios merecidos por el sudor y aprieto de seis horas, piensan ser los llamados escogidos, 70 todos a premios de grandeza aspiran, tiénense en más de lo que son tenidos; ni a calidades ni a riquezas miran: a su ingenio se atiene cada uno, y si hay cuatro que acierten, mil deliran. 75 Mas Febo, que no quiere que ninguno quede quejoso dél, mandó a la Aurora que vaya y coja in tempore oportuno, de las faldas floríferas de Flora cuatro tabaques de purpúreas rosas 80 y seis de perlas de las que ella llora; y de las nueve por estremo hermosas las coronas pidió, y al darlas ellas en nada se mostraron perezosas. Tres, a mi parecer, de las más bellas 85 a Parténope sé que se enviaron, y fue Mercurio el que partió con ellas; tres sujetos las otras coronaron, allí en el mesmo monte peregrinos, con que su patria y nombre eternizaron; 90 tres cupieron a España, y tres divinos poetas se adornaron la cabeza, de tanta gloria justamente dignos. La Envidia, monstruo de naturaleza, maldita y carcomida, ardiendo en saña, 95 a murmurar del sacro don empieza. Dijo: «¿Será posible que en España haya nueve poetas laureados? Alta es de Apolo, pero simple hazaña». Los demás de la turba, defraudados 100 del esperado premio, repetían los himnos de la Envidia mal cantados; todos por laureados se tenían en su imaginación, antes del trance, y al cielo quejas de su agravio envían. 105 Pero ciertos poetas de romance, del generoso premio hacer esperan, a despecho de Febo, presto alcance; otros, aunque latinos, desesperan de tocar del laurel sólo una hoja, 110 aunque del caso en la demanda mueran. Véngase menos el que más se enoja, y alguno se tocó sienes y frente, que de estar coronado se le antoja. Pero todo deseo impertinente 115 Apolo resfrió, premiando a cuantos poetas tuvo el escuadrón valiente; de rosas, de jazmines y amarantos Flora le presentó cinco cestones, y la Aurora, de perlas, otros tantos; 120 éstos fueron, lector dulce, los dones que Delio repartió con larga mano entre los poetísimos varones, quedando alegre cada cual y ufano con un puño de perlas y una rosa, 125 estimando el premio sobrehumano. Y porque fuese más maravillosa la fiesta y regocijo que se hacía por la vitoria insigne y prodigiosa, la buena, la importante Poesía 130 mandó traer la bestia cuya pata abrió la fuente de Castalia fría; cubierta de finísima escarlata, un lacayo la trujo en un instante, tascando un freno de bruñida plata. 135 Envidiarle pudiera Rocinante al gran Pegaso de presencia brava, y aun B[r]illadoro, el del señor de Anglante. Con no sé cuántas alas adornaba manos y pies, indicio manifiesto 140 que en ligereza al viento aventajaba; y, por mostrar cuán ágil y cuán presto era, se alzó del suelo cuatro picas, con un denuedo y ademán compuesto. Tú, que me escuchas, si el oído aplicas 145 al dulce cuento deste gran Vïaje, cosas nuevas oirás de gusto ricas. Era del bel trotón todo el herraje de durísima plata diamantina, que no recibe del pisar ultraje; 150 de la color que llaman columbina de raso en una funda trae la cola, que, suelta, con el suelo se avecina; del color del carmín o de amapola eran sus clines, y su cola gruesa, 155 ellas solas al mundo, y ella sola. Tal vez anda despacio, y tal apriesa, vuela tal vez, y tal hace corvetas, tal quiere relinchar, y luego cesa. Nueva felicidad de los poetas: 160 uno sus escrementos recogía en dos de cuero grandes barjuletas. Pregunté para qué lo tal hacía. Respondióme Cilenio a lo bellaco, con no sé qué vislumbres de ironía: 165 «Esto que se recoge es el tabaco, que a los váguidos sirve de cabeza de algún poeta de celebro flaco; Urania de tal modo lo adereza, que, puesto a las narices del doliente, 170 cobra salud y vuelve a su entereza». Un poco entonces arrugué la frente, ascos haciendo del remedio estraño, tan de los ordinarios diferente. «Recibes», dijo Apolo, «amigo, engaño» 175 (leyóme el pensamiento). «Este remedio de los váguidos cura y sana el daño. No come este rocín lo que en asedio duro y penoso comen los soldados, que están entre la muerte y hambre en medio; 180 son deste tal los piensos regalados ámbar y almizcle entre algodones puesto, y bebe del rocío de los prados; tal vez le damos de almidón un cesto, tal de algarrobas, con que el vientre llena, 185 y no se estriñe ni se va por esto». «Sea», le respondí, «muy norabuena; tieso estoy de celebro por ahora, vág[u]ido alguno no me causa pena». La nuestra, en esto, universal señora, 190 digo la Poesía verdadera, que con Timbreo y con las Musas mora, en vestido subcinto, a la ligera, el monte discurrió y abrazó a todos, hermosa sobremodo y placentera. 195 «¡Oh sangre vencedora de los godos!», dijo, «de aquí adelante ser tratada con más süaves y discretos modos espero ser, y siempre [r]espectada del ignorante vulgo, que no alcanza 200 que, puesto que soy pobre, soy honrada. Las riquezas os dejo en esperanza, pero no en posesión, premio seguro que al reino aspira de la inmensa holganza. Por la belleza deste monte os juro 205 que quisiera al más mínimo entregalle un privilegio de cien mil de juro. Mas no produce minas este valle; aguas sí, salutíferas y buenas, y monas que de cisnes tienen talle. 210 Volved a ver, ¡oh amigos!, las arenas del aurífero Tajo en paz segura y en dulces horas de pesar ajenas. Que esta inaudita hazaña os asegura eterno nombre en tanto que dé Febo 215 al mundo aliento y luz serena y pura». ¡Oh maravilla nueva, oh caso nuevo, digno de admiración que cause espanto, cuya estrañeza me admiró de nuevo! Morfeo, el dios del sueño, por encanto 220 allí se apareció, cuya corona era de ramos de beleño santo. Flojísimo de brío y de persona, de la Pereza torpe acompañado, que no le deja a vísperas ni a nona; 225 traía al Silencio a su derecho lado, el Descuido al siniestro, y el vestido era de blanda lana fabricado. De las aguas que llaman del olvido traía un gran caldero, y de un hisopo 230 venía como aposta prevenido. Asía a los poetas por el hopo, y, aunque el caso los rostros les volvía en color encendida de piropo, él nos bañaba con el agua fría, 235 causándonos un sueño de tal suerte, que dormimos un día y otro día. Tal es la fuerza del licor, tan fuerte es de las aguas la virtud, que pueden competir con los fueros de la muerte. 240 Hace el ingenio alguna vez que queden las verdades sin crédito ninguno, por ver que a toda contingencia exceden. Al despertar del sueño así importuno, ni vi monte ni monta, dios ni diosa, 245 ni de tanto poeta vide alguno. Por cierto, estraña y nunca vista cosa: despabilé la vista, y parecióme verme en medio de una ciudad famosa. Admiración y grima el caso diome; 250 torné a mirar, porque el temor o engaño no de mi buen discurso el paso tome. Y díjeme a mí mismo: «No me engaño; esta ciudad es Nápoles la ilustre, que yo pisé sus rúas más de un año; 255 de Italia gloria, y aun del mundo lustre, pues de cuantas ciudades él encierra, ninguna puede haber que así le ilustre: apacible en la paz, dura en la guerra, madre de la abundancia y la nobleza, 260 de elíseos campos y agradable sierra. Si váguidos no tengo de cabeza, paréceme que está mudada, en parte, de sitio, aunque en aumento de belleza. ¿Qué teatro es aquél, donde reparte 265 con él cuanto contiene de hermosura la gala, la grandeza, industria y arte? Sin duda, el sueño en mis palpebras dura, porque éste es edificio imaginado, que excede a toda humana compostura». 270 Llegóse en esto a mí disimulado un mi amigo, llamado Promontorio, mancebo en días, pero gran soldado. Creció la admiración viendo notorio y palpable que en Nápoles estaba, 275 espanto a los pasados acesorio. Mi amigo tiernamente me abrazaba, y, con tenerme entre sus brazos, dijo que del estar yo allí mucho dudaba; llamóme padre, y yo llaméle hijo; 280 quedó con esto la verdad en punto, que aquí puede llamarse punto fijo. Díjome Promontorio: «Yo barrunto, padre, que algún gran caso a vuestras canas las trae tan lejos, ya semidifunto». 285 «En mis horas más frescas y tempranas esta tierra habité, hijo», le dije, «con fuerzas más brïosas y lozanas. Pero la Voluntad, que a todos rige, digo el querer del cielo, me ha traído 290 a parte que me alegra más que aflige». Dijera más, sino que un gran rüido de pífaros, clarines y tambores me azoró el alma y alegró el oído; volví la vista al son, vi los mayores 295 aparatos de fiesta que vio Roma en sus felices tiempos y mejores. Dijo mi amigo: «Aquél que ves que asoma por aquella montaña contrahecha, cuyo brío al de Marte oprime y doma, 300 es un alto sujeto que deshecha tiene a la Envidia en rabia, porque pisa de la virtud la senda más derecha; de gravedad y condición tan lisa, que suspende y alegra a un mesmo instan[te], 305 y con su aviso al mismo aviso avisa. Mas quiero, antes que pases adelante en ver lo que verás, si estás atento, darte del caso relación bastante. Será Don Juan de Tasis de mi cuento 310 principio, por que sea memorable, y lleguen mis palabras a mi intento. Este varón, en liberal notable, que una mediana villa le hace conde, siendo rey en sus obras admirable; 315 éste, que sus haberes nunca esconde, pues siempre las reparte o las derrama, ya sepa adónde, o ya no sepa adónde; éste, a quien tiene tan en fil la fama puesta la alteza de su nombre claro, 320 que liberal y pródigo le llama, quiso, pródigo aquí y allí no avaro, primer mantenedor ser de un torneo que a fiestas sobrehumanas le comparo. Responden sus grandezas al deseo 325 que tiene de mostrarse alegre, viendo de España y Francia el regio himineo; y éste que escuchas, duro, alegre estruendo, es señal que el torneo se comienza, que admira por lo rico y estupendo. 330 Arquímedes el grande se averg[ü]enza de ver que este teatro milagroso su ingenio apoque y a sus trazas venza. Digo, pues, que el mancebo generoso que allí deciende, de encarnado y plata, 335 sobre todo mortal curso brïoso, es el conde de Lemos, que dilata su fama con sus obras por el mundo, y que lleguen al cielo en tierra trata; y, aunque sale el primero, es el segundo 340 mantenedor, y en buena cortesía esta ventaja califico y fundo. El duque de Nocera, luz y guía del arte militar, es el tercero mantenedor deste festivo día. 345 El cuarto, que pudiera ser primero, es de Santelmo el fuerte castellano, que al mesmo Marte en el valor prefiero. El quinto es otro Eneas el troyano, Arrociolo, que gana en ser valiente 350 al que fue verdadero, por la mano». El gran concurso y número de gente estorbó que adelante prosiguiese la comenzada relación prudente; por esto le pedí que me pusiese 355 adonde sin ningún impedimento el gran progreso de las fiestas viese; porque luego me vino al pensamiento de ponerlas en verso numeroso, favorecido del febeo aliento. 360 Hízolo así, y yo vi lo que no oso pensar, no que decir, que aquí se acorta la lengua y el ingenio más curioso. Que se pase en silencio es lo que importa, y que la admiración supla esta falta, 365 el mesmo grandïoso caso exhorta, puesto que después supe que con alta magnífica elegancia y milagrosa, donde ni sobra punto ni le falta, el curioso Don Juan de Oquina en prosa 370 la puso y dio a la estampa para gloria de nuestra edad, por esto venturosa. Ni en fabulosa o verdadera historia se halla que otras fiestas hayan sido ni puedan ser más dignas de memoria. 375 Desde allí, y no sé cómo, fui traído adonde vi al gran duque de Pastrana mil parabienes dar de bienvenido, y que la fama, en la verdad ufana, contaba que agradó con su presencia 380 y con su cortesía sobrehumana; que fue nuevo Alejandro en la excelencia del dar, que satisfizo a todo cuanto puede mostrar real magnificencia. Colmo de admiración, lleno de espanto, 385 entré en Madrid en traje de romero, que es granjería el parecer ser santo; y desde lejos me quitó el sombrero el famoso Acevedo, y dijo: «A Dio, voi siate il ben venuto, cavaliero. 390 So parlar zenoese, & tusco anch'io». Y respondí: «La vostra signoria sia la ben trovata, patron mio». Topé a Luis Vélez, lustre y alegría y discreción del trato cortesano, 395 y abracéle en la calle a mediodía. El pecho, el alma, el corazón, la mano di a Pedro de Morales, y un abrazo, y alegre recebí a Justiniano. Al volver de una esquina sentí un brazo 400 que el cuello me ceñía, miré cúyo, y más que gusto me causó embarazo, por ser uno de aquellos (no rehúyo decirlo) que al contrario se pasaron, llevados del cobarde intento suyo; 405 otros dos al soslayo se llegaron, y con la risa falsa del conejo y con muchas zalemas me hablaron. Yo, socarrón; yo, poetón ya viejo, volvíles a lo tierno las saludes, 410 sin mostrar mal talante o sobrecejo. No dudes, ¡oh lector caro!, no dudes, sino que suele el disimulo a veces servir de aumento a las demás virtudes; dínoslo tú, David, que, aunque pareces 415 loco en poder de Aquís, de tu cordura, fingiendo el loco, la grandeza ofreces. Dejélos, esperando coyuntura y ocasión más secreta para dalles vejamen de su miedo o su locura. 420 Si encontraba poetas por las calles, me ponía a pensar si eran de aquellos huidos, y pasaba sin hablalles. Poníanseme yertos los cabellos de temor no encontrase algún poeta, 425 de tantos que no pude conocellos, que, con puñal buido o con secreta almarada me hiciese un abujero que fuese al corazón por vía recta, aunque no es éste el premio que yo espero 430 de la fama que a tantos he adquerido con alma grata y corazón sincero. Un cierto mancebito cuellierg[u]ido, en profesión poeta, y en el traje a mil leguas por godo conocido, 435 lleno de presunción y de coraje me dijo: «Bien sé yo, señor Cervantes, que puedo ser poeta, aunque soy paje. Cargastes de poetas ignorantes, y dejástesme a mí, que ver deseo 440 del Parnaso las fuentes elegantes. Que caducáis sin duda alguna creo. ¿Creo? No digo bien; mejor diría que toco esta verdad y que la veo». Otro, que, al parecer, de argentería, 445 de nácar, de cristal, de perlas y oro sus infinitos versos componía, me dijo, bravo cual corrido toro: «No sé yo para qué nadie me puso en lista con tan bárbaro decoro». 450 «Así el discreto Apolo lo dispuso», a los dos respondí, «y en este hecho, de ignorancia o malicia no me acuso». Fuime con esto, y, lleno de despecho, busqué mi antigua y lóbrega posada, 455 y arrojéme molido sobre el lecho; que cansa, cuando es larga, una jornada. Volver al principio Obra cedida por el Centro Del